Escuchando a Monseñor Romero

San Romero decía: “Para la felicidad de los pueblos tenemos el deber...de señalar también las realidades”. Cerrar los ojos y negar que nuestro país atraviesa momentos críticos, convulsionados, y confusos es negar la realidad.

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Yuri Rodríguez ya está junto a su familia, que se encontraba en México. / Foto EDH/Captura de Twitter.

Por Carmen Marón

2020-10-13 7:32:31

El 14 de octubre del 2020, Monseñor Óscar Arnulfo Romero fue elevado a los altares como el primer santo salvadoreño. Monseñor Romero siempre ha sido una figura controversial. Para algunos, fue un cura comunista. Para otros, fue La Voz de los Sin Voz. Al leer el diario, las homilías y el cuaderno de los Ejercicios Espirituales de Monseñor Romero encontramos, siempre, al sacerdote. Pero también un hombre que señaló desde 1977 a 1980 lo que, política y socialmente, continuamos viviendo en el 2020.
En aquellos años turbulentos en que la frase “Haz Patria, mata un cura” era una cruda realidad, él tuvo dos opciones: o plegarse al gobierno y quedarse cómodamente el rol de Arzobispo o defender a sus sacerdotes, al pueblo salvadoreño y todo lo que era lo justo en un momento crítico y convulsionado para El Salvador. Monseñor escogió lo segundo, pues creía que “hay que cambiar de raíz todo el sistema”. Esta lucha le valió, como a tantos otros santos y héroes, a través de los tiempos, la incomprensión y el odio de los sectores de la sociedad que preferían ignorar las realidades de aquel entonces: la persecución política, la represión, el exagerado poder de la Fuerza Armada, la inmensa brecha existente entre ricos y pobres, los escuadrones de la muerte, la injusticia social.
Tras doce años de guerra, treinta y un años de gobiernos no han buscado cambiar “la raíz de todo el sistema”. Todo lo contrario, se han negado, y se siguen negando, a promover esa justicia restaurativa que es tan necesaria para nuestro país. Mientras no se reconozca que la raíz de todos los males políticos y sociales es el amor al dinero , al poder y a la búsqueda de la impunidad, poco cambiará en El Salvador. La transformación social no es cuestión de partidos, votos, o quién se va y quién se queda; es cuestión que los salvadoreños elijamos actuar con justicia y cambiar nuestra percepción de la realidad desde lo más profundo del tejido social. No podemos negar eternamente los crasos errores que se cometieron y se cometen a nivel país y de los cuales todos somos responsables si actuamos con indiferencia.
Monseñor Romero fue nombrado Arzobispo porque muchos consideraban que el no iba a ser “problemático”. Después del asesinato del P. Rutilio Grande, y a raíz de que las promesas de esclarecerlo nunca las cumplió el gobierno, Monseñor no participo nunca más en ningún acto oficial, lo cual es una de las razones por las que se le tildó de “comunista”. Sin embargo, durante su vida, él mantuvo relaciones cordiales con ricos y pobres, militares y miembros de la guerrilla, pues creía que “es un pecado grave contra el bien común no hacer un esfuerzo de madurez política y de reflexión para negociar con los otros el bien de la patria y no el interés de mi grupo”. ¡Qué diferente sería el accionar político nacional si se tomaran decisiones tomando en cuenta esas palabras! ¡Qué fácil sería llegar a acuerdos de país en lugar de caer consistentemente en luchas estériles que no ayudan a fomentar la paz y la armonía social! Nos evitaríamos el odio y polarización que se desborda hasta las redes sociales y se traduce en todo tipo de corrupción y conflicto a nivel país.
Al final, no hacer ese esfuerzo imposibilita que en nuestro país exista la mínima posibilidad de diálogo. O como diría Monseñor, “todos los que no actúan en favor de la justicia con los medios de que disponen y permanecen pasivos por temor a los sacrificios y a los riesgos personales que implica toda acción audaz y verdaderamente eficaz” somos responsables del daño que se le pueda hacer al país. La acción más audaz y eficaz que necesitamos de manera urgente es reconocer los errores pasados y presentes y deponer las actitudes que nos están llevando a repetirlos. Sobre todo, es entender de una vez por todas, que la violencia engendra más violencia. Lo único que garantiza la paz es establecer de una vez por todas una cultura de paz. Para eso, necesitamos cerrar todos esos capítulos obscuros de nuestra historia, por dolorosos que sean.
En su última homilía en Catedral, la cual ha sido penosamente sacada fuera de contexto, Monseñor Romero habló de cómo, para el creyente, Dios camina en y se complace en jugar con la historia. Pero, decía, “para la felicidad de los pueblos tenemos el deber…de señalar también las realidades”. Cerrar los ojos y negar que nuestro país atraviesa momentos críticos, convulsionados, y confusos es negar la realidad. Pero si escuchamos a Monseñor, aunque sea cuarenta años después, quizás aún estemos a tiempo de cambiar nuestra realidad nacional y comenzar a escribir una nueva historia para nuestra Nación.

Educadora, especialista en Mercadeo con Estudios de Políticas Públicas.