"Ha muerto un príncipe"

¿Quién era don Justo Armas? Un caballero de elegante porte y gentiles maneras, con características física europeas, vestido siempre impecablemente de blanco, pero descalzo. Y cuando le preguntaban por qué no usaba zapatos, respondía sonriendo que por una promesa hecha a la Virgen, que lo había salvado de la muerte.

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Mario Vega, líder de la Iglesia Elim. Foto EDH / Jonatan Funes

Por Teresa Guevara de López

2021-12-04 4:53:25

"Ha muerto un príncipe” fue la frase que pronunció Monseñor Pérez y Aguilar, arzobispo de San Salvador, el 29 de mayo de 1936, al salir de la habitación donde había administrado los últimos sacramentos de la Iglesia Católica a Don Justo Armas.

Don Justo Armas era un personaje conocido de los capitalinos de los primeros años del siglo XX, y sus hijos y nietos escuchamos siempre su nombre rodeado siempre de una aureola de misterio.

¿Quién era don Justo Armas? Un caballero de elegante porte y gentiles maneras, con características física europeas, vestido siempre impecablemente de blanco, pero descalzo. Y cuando le preguntaban por qué no usaba zapatos, respondía sonriendo que por una promesa hecha a la Virgen, que lo había salvado de la muerte. Tenía estrechos contactos de amistad con la familia Arbizú y su negocio era dar servicio de banquetes, incluyendo vajilla, cubertería, licores y mobiliario, con la ayuda de un criado que se llamaba Enrique. Esto lo comentaba mi papá, ya que don Justo atendió la boda de una tía, en casa de mis abuelos.

Pero esta leyenda urbana despertó el interés del Arq. Rolando Déneke Sol, que, basado en recuerdos de su abuelita, comenzó una rigurosa investigación en el Archivo General de la Nación, con miembros de la familia Arbizú, la Dra. Hilda Herrera, de Medicina Legal, los testimonios de doña Fe Porth de Rodríguez y muchas otras personas que lo conocieron, tras la ruta del Emperador Maximiliano, hacia cuya persona parecía dirigirse la trayectoria de don Justo Armas.

Tuve entonces el privilegio de conocer a Rolando Déneke, quien tuvo la gentileza de compartir con mi familia los diferentes avances de su interesantísima investigación, resultado de sus viajes a México, al Departamento de Medicina Forense de Costa Rica, a visitar a un grafólogo en Estados Unidos, para comparar una fotocopia de una carta del Emperador Maximiliano con el libro donde don Justo llevaba el control de los servicios prestados en banquetes.

Rolando quiso generosamente compartir los resultados de su investigación en una charla en la Fundación María Escalón de Núñez y otra a beneficio del Centro Cultural Yamabal en la ASI. Lamentablemente, entre los asistentes estaba un ciudadano español que se atrevió a escribir una novela donde en forma anecdótica contaba la investigación de Rolando, sin tener la decencia de mencionar la fuente de información. Esto dio lugar a ofensivas publicaciones en periódicos mexicanos y españoles, donde con enojo y menosprecio acusaban a Rolando de engañar con una falacia, al considerar que Benito Juárez había indultado a Maximiliano. Sin embargo, el entonces embajador de México en El Salvador, Pedro González Olvera, escribió un excelente artículo asegurando haber tenido largas conversaciones con el Arq. Déneke, quien le expuso el proceso de su investigación, así como el testimonio de don Rodolfo Schleuz, quien contó a su hijo Otto, que don Justo le había confesado su verdadera identidad: Maximiliano de Habsburgo. La conclusión del distinguido diplomático mexicano fue: Benito Juárez fusiló al Emperador Maximiliano, pero perdonó al hombre, que como Justo Armas vivió en El Salvador, a partir del año 1871, donde su nombre aparece en el Diario Oficial, como donante de 8 pesos, para las fiestas del Divino Salvador del Mundo.

No sería ético, ni es el propósito de este artículo, detallar las muchísimas pruebas, muchas irrefutables y por lo tanto de enorme interés, que Rolando quiso compartir con nuestra familia, y que fue el origen de una entrañable amistad. Las pruebas y la investigación completa son propiedad de su familia, quien tal vez algún día considere publicarlas en un libro, como era el deseo de Rolando. Mi objetivo ha sido dar un sentimonio de cariño y admiración, por ese gran señor, que también merecía la categoría de príncipe, y mis sentimientos de condolencia para sus hermanas Ana Elsa y Clelia. Descanse en paz, Rolando.

Maestro.