Mentalidad post-acuerdos

Siempre por esta época no falta quien repite aquel adagio de que las sociedades que olvidan su pasado están condenados a repetirlo. Más que eso, olvidar que la estabilidad y paz relativas actuales se construyeron con dolor y sangre, nos puede llevar a tomarlas por sentado, la condición perfecta para ser indiferentes ante aquello que amenaza con arrebatárnoslas.

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El sector visitante del Estadio Juan Francisco Barraza con butacas. / Foto Por Foto cortesía CAPRES

Por Cristina López

2020-01-17 6:00:15

Son ya 28 años desde que, frente a las cámaras en el Castillo de Chapultepec y rodeados de representantes de organismos multinacionales, el Gobierno de El Salvador y el grupo de combatientes del FMLN se comprometieron a través de sus firmas a, entre otras cosas, cesar el fuego de la guerra civil, modificar las Fuerzas Armadas, crear una fuerza policial de civiles, defender los derechos humanos y modificar el sistema electoral.
Tras doce años de guerra civil, para quienes la habían padecido, con sus muertes, desapariciones, rompimientos familiares por motivos ideológicos y toques de queda, parecía comenzar una prometedora era democrática. Pero para quienes venimos al mundo cuando la guerra llegaba a su final, los acuerdos que hicieron posible la paz y procesos democráticos propios de una república que casi damos por sentado, a veces parecen haber sido reducidos a una lección de Estudios Sociales a nivel de primaria y nada más.
Un limitadísimo análisis del discurso cacofónico de las redes sociales sobre los acuerdos de paz indica que para muchos, la conmemoración de los acuerdos de paz no merece atención alguna. Que “no sirvieron de nada”, dijeron algunos, porque las maras siguen subyugándonos con su reino de terror y muerte. Que ya no es necesario “seguir obsesionándose”, dijeron otros, quizás no aquellos que perdieron familiares. Que no son los acuerdos lo que hay que celebrar, escribieron algunos, porque el hecho de que en las recientes elecciones fue un vehículo partidista nuevo el que ganó con un margen humillante de votos y no los partidos que la Guerra Fría nos dejó como herencia, es la verdadera consolidación de los acuerdos de paz y no necesariamente su firma.
Lo anterior tiene explicaciones demográficas: según datos de La Prensa Gráfica, más de la mitad de la población actual o no había nacido o estaba en su infancia al momento de la firma de los acuerdos. Pero también es indicativo de una desconexión con el pasado.
Y es que a veces la capacidad humana de acostumbrarnos a todo nos juega malas pasadas. Nos vuelve incapaces de separar lo trascendental de lo ordinario. Puede a veces volvernos ciegos al privilegio y al progreso. Y es posible que sea esto lo que le ha pasado a nuestra generación post-guerra, la de la mentalidad post-92, menos inclinada a ver el mundo con lentes de bipartidismo izquierda-derecha. La costumbre de ejercer nuestros derechos y privilegios (al voto, a la libertad de expresión, a debatir públicamente ideas controversiales sin consecuencias fatales, a formar partidos políticos) sin consecuencia alguna, a muchos les ha robado la capacidad de agradecer y conmemorar a quienes con sus vidas pavimentaron el camino que nos llevó a estos derechos. La lista de derechos que disfrutamos ahora fue escrita en gran parte con la sangre de periodistas, estudiantes universitarios, miembros de la academia, activistas de derechos humanos, diplomáticos de otras tierras y empresarios filantrópicos, muchos de ellos sin jamás disfrutar del reconocimiento que merecen por lo que compró su sacrificio.
Siempre por esta época no falta quien repite aquel adagio de que las sociedades que olvidan su pasado están condenados a repetirlo. Más que eso, olvidar que la estabilidad y paz relativas actuales se construyeron con dolor y sangre, nos puede llevar a tomarlas por sentado, la condición perfecta para ser indiferentes ante aquello que amenaza con arrebatárnoslas.

Lic. en Derecho de ESEN, con maestría en Políticas Públicas de Georgetown University.

@crislopezg