Médico que sólo sabe de medicina, ni medicina sabe

¿Debe un médico saber de teatro, música, viñedos mínimamente de cultura general e historia de nuestro país? Por supuesto que sí. En un mundo tecnológico que basta escribir una palabra y tenemos millones de respuestas es cuando nuestra sociedad y el gremio médico debería ser extremadamente culto

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Por Ricardo Lara

2019-06-12 7:16:22

La frase acuñada por el gran médico español José de Letamendi (1828 -1897) pareciera más un epitafio a la tumba del gremio médico salvadoreño. Cuando vemos que los médicos que se formaron en la época dorada de la Universidad de El Salvador llegan al inevitable otoño y la primavera nos trae graduaciones de médicos en cantidades inimaginables que se caracterizan por creer que saber medicina es el culmen de sus vidas, creer que en un móvil o una tablet encontrarán respuestas a las dudas existenciales de la vida, vale la pena detenerse a reflexionar qué está pasando.

¿Debe un médico saber de teatro, música, viñedos mínimamente de cultura general e historia de nuestro país? Por supuesto que sí. En un mundo tecnológico que basta escribir una palabra y tenemos millones de respuestas es cuando nuestra sociedad y el gremio médico debería ser extremadamente culto, maravillar a propios y extraños con activar todos esos sentidos para su propio beneficio y de la sociedad misma, pero vemos lo contrario: médicos que se autoproclaman vanguardistas de la medicina, galenos que no encuentran diferencia entre un vino merlot y un colorido refresco de ensalada.

Todo lo anteriormente mencionado son meras banalidades en una sociedad que se conforma con tan poco pero cuando me refiero a un gremio médico que el estudio conlleva de ocho años hasta llegar algunas sub especialidades a prepararse por más de quince años, ¿cómo es que no se pueda dejar a un lado un tratado de medicina interna y tener un poco de curiosidad por saber nuestra historia, nuestras guerras civiles, los efectos de la dolarización, el alto costo de la vida?

Cómo no detenerse a investigar sobre la exigua pensión que recibirá cuando llegue a su edad de retiro mientras se cree un analista político. Sí, un experimentado analista político capaz de disertar quizá en Disneyland porque su acervo cultural lo mantiene sumido en un nivel que no llega ni a la sabiduría popular.¿Cómo preferir el ruido del móvil avisando que alguien dio un “me gusta” al ruido que hace el libro cuando nos presta sus páginas?
En una ocasión, antes de iniciar una charla, pregunté a un grupo de médicos en servicio social si sabían qué hubo un conflicto armado en la década de los Ochenta. Pedí que levantara la mano quien estuviera enterado de tan lamentable suceso, para mi asombro ningún médico levantó la mano.

¡No lo podía creer! ¡Tan mal estamos! Ser malo o deficiente en una profesión no tiene nada de raro pues de todo hay en la viña del Señor, pero el problema que agobia a nuestras generaciones de médicos es ser desconocedores. Eso sí es gravísimo para una sociedad que necesita ejemplos de hombres entregados a la ciencia y a tantas actividades, pero no, tenemos una generación donde una exposición de pintura, una obra de teatro, un conversatorio de los acuerdos de paz parecen un vocabulario desconocido. Conozco amigos colegas que destacan en la ebanistería, en la pintura, el arte de escribir pero eso poco importa; pareciera que el referente del ego de un médico es su móvil es su tablet que debe existir en el alma y la mente del médico. Debemos perseguir al médico virtuoso como se busca la joya más preciada e imitar al médico exitoso, al médico regio, al médico ejemplar que los hay, y que no sea el sesgo político, el poco amor por la cultura, a la historia nacional la visión mediocre que tan bien describe José Ingenieros en “El Hombre Mediocre”, la que predomine. Es momento de retomar nuestro rol en la sociedad y ser los profesionales más cultos por excelencia no por ego sino por vocación de un mejor servicio ante nuestros pacientes. ¡Feliz Día a los estudiantes de medicina!

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