Más allá del asfalto

Joaquín López y López es el único sacerdote salvadoreño asesinado en esa masacre y con obra social tangible, y que hasta hoy continúa.

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Plaza San Marcos. Foto EDH / AFP

Por Susana Barrera

2019-11-15 7:09:49

Han pasado 50 años de Fe y Alegría en El Salvador, y 30 del martirio de su fundador: el Padre Joaquín López y López. Efemérides e historias inherentes, cuyo impacto vale la pena revisar en los sectores más vulnerables, en donde “la vida no vale nada” y están “más allá del asfalto”.
El carisma de su fundador es el factor que engrana a los vinculados con Fe y Alegría (FyA). Para unos fue el “Padre Lolo”; para su familia, “Tío Quin”; para sus colegas, “Lolo”.
El sacerdote nació en buena cuna, en el seno de una familia cafetalera de Santa Ana, en agosto de 1918. Lolo rompió esquemas; desde su pensamiento conservador y a juzgar por sus orígenes, para ciertos sectores, era inconcebible que “el tímido Lolo” y sin necesidades padecidas iniciara una revolución a partir de la educación popular integral.
En los años 60, tiempos de militarización de los estados en Latinoamérica, eran quienes se constituían como articuladores del desarrollo económico y social. En ese marco dan cuenta documentos históricos de FyA de las carencias en las áreas rurales y marginales.
Esas realidades inspirarían al Padre José María Vélaz en Venezuela a fundar escuelas en barriadas, apoyado por las comunidades; fue el génesis del Movimiento de Fe y Alegría Internacional.
FyA se extendió en el Continente como proyectos personales. Fue el caso del P. Lolo: solo contó con el apoyo de familiares y amistades y no con reconocimiento de la institución jesuita.
A los 51 años de edad, Lolo con la complicidad de amigos y la ternura de su madre Mercedes, de quien, según sus parientes, heredó su compromiso social (a quien debe el nombre la Escuela La Merced, en Coatepeque, Santa Ana), en junio de 1969, firmó la partida de nacimiento de FyA El Salvador.
En los años 70, con el auxilio de voluntarios, préstamos personales y familiares fueron construidas una decena de escuelas, entre estas: en La Chacra en la capital, La Corruncha en San Miguel, ahora Nuestra Señora de La Paz, Plan del Pino en Soyapango, y otra conocida como “la vida no vale nada” en Acajutla, Sonsonate. En paralelo surgieron academias para oficios. Mantener la obra en pie no fue fácil y surgió la famosa rifa de Fe y Alegría para generar ingresos.
“El P. Joaquín dignificó las comunidades, porque nadie se atrevía a entrar a estos lugares”, dice un profesor de San Miguel.
El sacerdote contó con congregaciones religiosas y particularmente femeninas. “Nuestra misión era ser los ojos del Padre, no era posible que por ser pobres nuestros niños no recibieran educación de calidad”, dice Dolores Guerra, de la congregación Carmelitas Misioneras.
En los 80, durante el conflicto armado, el P. Joaquín seguía con su obra y la mirada en el desplazamiento humano; así surge la Comunidad Las Mesas en La Libertad; su propuesta fue la organización y el cooperativismo. Las Mesas, ahora comunidad “Padre Joaquín López y López”, fue su preferida para celebrar sus cumpleaños. “A veces venía a pie, otras en caballo, salíamos los niños a encontrarlo porque nos traía dulces, y celebrábamos…seguimos su legado”, recuerda Angélica Pérez, de esa comunidad.
El cáncer sorprende al religioso. Comenzó a decaer físicamente, pese a su padecimiento y a la persecución, se mantiene. Incluso, docentes de la organización del corazón fueron asesinados durante la guerra, y el 16 noviembre de 1989, en el marco de la ofensiva guerrillera “Hasta el Tope”, el maestro principal de FyA fue martirizado junto a sus otros hermanos jesuitas y dos de sus colaboradoras, por el Ejército salvadoreño.
“Lolo, como le decíamos, creyó que no lo iban a matar y sale a reprenderlos y ahí es que también le asesinan”, narra el P. José María Tojeira.
Joaquín López y López es el único sacerdote salvadoreño asesinado en esa masacre y con obra social tangible, y que hasta hoy continúa.
Termina la vida del fundador de FyA El Salvador y comienza otra era. Llegan los 90. Algunas escuelas debieron dejarse por insostenibilidad, surgen relaciones con la cooperación y con el INSAFORP para apostar a la formación de vocaciones, temas emergentes y a la espiritualidad.
En el nuevo siglo, El Salvador es sorprendido por terremotos. FyA acude a la emergencia e inicia un proceso de cualificación de la educación.
En la presente década, el acompañamiento a los centros educativos ya no es igual, pero gozan del espíritu del P. Lolo. FYA descansa su accionar en un sistema de mejora de la calidad en las escuelas, monitoreo a 18 centros educativos entre históricos y amigos y en el impulso de 5 centros de formación en zonas de alta demanda.
FyA ahora ya es parte del portafolio del Servicio Jesuita. Los desafíos son otros: Fomento de cultura de paz, prevención de violencia, incursionar en las nuevas tecnologías y mantenerse fiel a la educación liberadora e incluyente.
Detalles históricos se escapan y otros quedan en la memoria de quienes ha sido tocados de forma directa o indirecta por FyA: mecánicos que ahora son empresarios, aprendices que son maestros y estudiantes que hacen la diferencia como profesionales. Esta obra es invaluable, con ello, justo es reconocer el regalo del P. Lolo, Tío Quin, o Joaquín López y López a El Salvador, y que trascendió a su propia existencia, y más allá del asfalto.

Periodista.