La esperanza colgaba de los maderos cruzados. A un lado, un ladrón, culpable ante los hombres, pero honesto ante la revelación, levantó la voz hacia aquel rey sin corona de oro, solo de espinas. «Acuérdate de mí», le dijo como expresión de su última y única esperanza. En ese instante, la misericordia habló más alto que el juicio: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». Así, desde el monte oscuro, como si se tratase de una broma, la fe más pequeña abrió la puerta más ancha. Esta imagen fundamental del evangelio es un hombre que está en el patíbulo de la cruz, agonizando, olvidado de todos y, sin embargo, se muestra salvador, señor de un reino. Jesús ha realizado una inversión de valores, ha transformado de abajo a arriba la comprensión de la realidad. Es un reino, pero no un reino conforme a los cánones de este mundo.
Si se tuviera que resumir en una única frase cuál es el contenido central del cristianismo se tendría que decir: Dios se ha hecho hombre. Esta es una frase bien dicha, que tiene verdad, pero no es suficiente con decirla ya que Dios no se ha hecho un hombre sin más. Dios no se ha hecho un hombre cualquiera, sino una víctima de este mundo. Dios no se ha hecho un hombre cualquiera, sino un siervo, un esclavo de todos los demás. Dios no se ha hecho un hombre cualquiera, sino que se ha hecho pobre. Dios no se ha hecho un hombre cualquiera, sino que se ha hecho marginado. Dios no se ha hecho un hombre cualquiera, sino que se ha hecho último. Víctima, pobre, siervo, esclavo, marginado, último. Esta es la clave de la comprensión de la encarnación.
Por esta razón, el evangelio que hemos escuchado es precisamente eso: evangelio, buena noticia. ¿Para quién puede ser una buena noticia que el hijo de Dios muera en una cruz? ¿para quién? Pues precisamente para los que son víctimas de la injusticia, para los últimos, para los desheredados de esta tierra, para los marginados, para los pobres, para los sin tierra, para los sin derechos. Si uno vive cómodamente, si uno tiene una vida fácil, económicamente solvente, si uno nunca se ha manchado las manos en intentar transformar la realidad, si no se ha compartido nunca el destino de los últimos, si alguien se siente ajeno en su bienestar sin saber lo que significa no poder llegar a fin de mes, ¿qué le puede decir un evangelio como este? ¿qué le puede aportar un regalo como el que los evangelios describen? Pero si uno está desempleado, si uno es perseguido a causa de la justicia, si uno se ha manchado las manos por cambiar la realidad y eso le ha traído problemas y si uno sabe lo que significa vivir marginado, despreciado de los hombres, siendo último, si uno sabe eso y escucha este evangelio, puede decir: Esta es una buena noticia. Dios está de mi parte. Dios no es neutral ante las vicisitudes de la historia, ante las injusticias de esta tierra, sino que Dios toma parte con los que están de mi parte. Dios toma parte con los que no tienen nada, con los que no pueden nada, con aquellos que no tienen ninguna clase de poder.
En su acto de negación y entrega Jesús inició un camino para que los que habrían de creer en él lo anduvieran. Este es el rasgo distintivo de sus discípulos. Son aquellos que enlazan su corazón con los que son despojados, despreciados, vilipendiados. Se ubican al lado de los que no tienen fuerza, ni dinero, ni un nombre sonoro. Aquellos que a nadie les importa si viven o mueren.
No nos podemos permitir ser insensibles ante el dolor del mundo, ante el desastre que trae consigo una crisis económica y de libertades como la que estamos viviendo. No podemos ser insensibles ante el que no encuentra trabajo, no nos podemos permitir ese lujo después de escuchar un evangelio como este. ¡Puede ser lo que quieras, menos alguien insensible! Que El Señor con su gracia haga caer los muros de indiferencia y te otorgue un corazón compasivo, como corresponde a los verdaderos cristianos.
Pastor General de la Misión Cristiana Elim