Vergüenza

Los ineptos y sinvergüenzas necesitan asesores, asistentes o alguien que realmente haga el trabajo de ellos; y esto tiene un alto costo. La evolución de los estacionamientos de las oficinas de gobierno habla por sí mismas de este fenómeno.

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. Foto EDH / Archivo

Por Oscar Picardo Joao

2021-06-15 7:40:36

Según el diccionario de la RAE, “vergüenza” puede interpretarse como una turbación del ánimo ocasionada por alguna acción deshonrosa y humillante, propia o ajena, o bien, el vivir una situación de deshonra o deshonor. Asociado a este concepto también utilizamos sinvergüenza o desvergonzado.
En nuestra cultura política hay muchos políticos o funcionarios cínicos y sinvergüenzas, personas que ostentan cargos sin méritos, colocados en una determinada función pública por conveniencia, por pagar favores, por compadrazgo o amiguismo. Gente sin la moralidad ni formación.
Ministros, magistrados, fiscales, viceministros, comisionados o alcaldes, rodeados de subalternos, aduladores, choferes y guardaespaldas, quienes le tratan con alta estima y respeto; pero en el fondo sabemos que es un trato jerárquico basado en el miedo y en la conveniencia.
Pese al espejismo de los rituales cotidianos, debe ser triste y silentemente humillante, los rumores de pasillos, la opinión y las ideas racionales de quienes ostentan el sentido común, sobre estos usurpadores incompetentes.
No estudiaron, no tienen experiencia, tampoco moralidad e instrucción notoria ¿cómo llegaron allí? Simple, es nuestra fallida democracia, que funciona en base al narco-cultura, al dinero, a la corrupción, a la ignorancia y al oportunismo. La ley del más vivo.
También funciona el mundo de los “conectes” esos amigos que bajan las bardas legales y facilitan los procesos y trámites, que ayudan a conseguir empleos a compadres, amigos, familiares e inútiles, que sólo pueden trabajar en el maravilloso mundo de lo público, en dónde el principio programático es: Hay que gastar, otros se ocupan de pagar impuestos.
Da vergüenza oírlos hablar en los foros públicos del Estado, en los espacios internacionales o en las entrevistas de los medios de comunicación. Sin semántica ni sintaxis desafían con sus discursos a la Academia Salvadoreña de la Lengua. Ni si quiera pueden leer cifras aritméticas; dicen “hubieron”, “algotros”, “el hecho de que”. No quisiéramos saber cómo escriben… y ahí están legislando o definiendo el destino de las naciones.
Los ineptos y sinvergüenzas necesitan asesores, asistentes o alguien que realmente haga el trabajo de ellos; y esto tiene un alto costo. La evolución de los estacionamientos de las oficinas de gobierno habla por sí mismas de este fenómeno. El aparato del Estado ha crecido en las últimas décadas de modo significativo.
Lo peor de todo es que este fenómeno crece y se reproduce, cada vez hay gente menos calificada en los sistemas de gobierno, diseñando procesos innecesarios y burocracias; sellos, cartas, firmas, fotocopias, formularios, todo para justificar más puestos de trabajo.
En una unidad de salud había ocho motoristas y una ambulancia, un diputado tenía diez asesores, en Casa Presidencial o en los Ministerios no tenemos idea la cantidad de gente contratada para cosas innecesarias o superfluas –que hoy importan mucho- fotógrafos, camarógrafos, ayudantes de ayudantes, guardaespaldas del guardaespaldas, asistentes, asesores, comisionados, el de las gráficas, el de la iluminación, los de protocolo, los del servicio a la carta, el de los mandados, los de la OIE, sin contar a la familia y a los amigos de la familia…
Al final, nos acostumbramos a vivir frente a la vergüenza, inclusive la institucionalizamos y la profesionalizamos; a tal punto que comienza a verse normal. Parece que eso de la academia es ridículo, nos dicen, vean a Steve Jobs, Michael Dell, Bill Gates o Mark Zuckerberg; el problema es que la lista de exitosos que sí se graduaron no caben en diez artículos…
En fin, dan vergüenza, pero ahí están en los púlpitos y estrados públicos, visibles, implacables, manejando al garete las naves del destino, ejecutando, legislando, impartiendo justicia. La mayoría aplaude, la minoría murmura y critica sin vigor. Llevamos décadas en Latinoamérica con este cuento, pero 200 años son muy pocos, nuestras democracias siguen madurando, habrá que esperar que la escolaridad promedio se duplique, aunque con la calidad del presente no estoy seguro que sirva de algo. Estamos definitivamente en entropía, perdimos a los Normalistas, a los obispos valientes, a los poetas irreverentes, a los profetas agudos, a los rectores sabios.
Demasiada líquida es nuestra sociedad y las legiones o invasiones que denunciara Umberto Eco nos tienen acorralados; en efecto, como señalaba Facundo Cabral, debemos tener miedo, ya son muchos…

Investigador Educativo/opicardo@asu.edu