Rolex y cleptócratas

“Mejor que roben otros”, es la ilusa premisa ciudadana sobre la cleptocracia. Mientras esto se siga tolerando, con tal de cambiar al cleptócrata y no la cleptocracia, ya hay quienes, impacientemente, observan la hora en espera de su turno.

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Cirrocúmulos, el tipo de nubes que decoró el cielo en la mañana del martes. Imagen tomada cerca del cerro de San Jacinto. Foto: EDH/ Moisés Rivera

Por Andy Failer

2021-04-06 9:09:47

Existe un mal que no tiene fin. Así como las cucarachas, ha sobrevivido por décadas colgado de las mieles del poder político: se llama cleptocracia –clepto, ‘robo’; y cracia, ‘poder’ = dominio de los ladrones–; dicho mal, nacido de la corrupción y todos sus derivados, presenta entre sus principales rasgos el descaro, y ese descaro se materializa constantemente. Uno de los objetos más comunes en los que se ha materializado son los lujosos relojes Rolex. Algunos funcionarios públicos lucen con enorme descaro estas prestigiosas máquinas suizas en entrevistas de televisión, eventos públicos y demás.
Quince, veinticinco o cuarenta mil dólares. ¿Es normal y accesible comprar un reloj de ese precio con un sueldo de tres mil quinientos dólares? No tiene lógica, y desconfío de cualquier funcionario que lo porte en su muñeca. Me cuesta entender qué motiva a los cleptócratas a adquirir un Rolex, ¿será que se inspiran en el Day-Date que usó John F. Kennedy? Aunque dudo mucho que algunos de ellos tenga un romance secreto con alguna actriz de la talla de Marilyn Monroe para recibir ese tipo de regalos. ¿O será el dorado Datejust que usó Dwight Eisenhower? A él se lo obsequió la mismísima Rolex, desconozco si alguno de nuestros representantes de Gobierno sostiene cordiales relaciones con la Rolex Industrie SA.
Estas pretensiones absurdas no son nuevas. Podríamos investigar para poder cuantificar cuántos Rolex han desfilado en el salón de la corrupción, y probablemente el resultado sería mayor, en cantidad y precio, a los respiradores con los que cuenta todo el país para tratar a contagiados de Covid. La cleptocracia no desiste y siempre, siempre se traduce en enormes fugas de dinero público. Esos elegantes aparatos, de agujas refinadas y movimientos precisos, son un ejemplo de cómo en nuestro país se perpetúa la miseria en la que viven miles de salvadoreños, a costa de la ambición de unos pocos. En un país tan empobrecido como el nuestro, el descaro de la corrupción funciona como un arma homicida al acecho de los más vulnerables. Pero el mayor descaro es que los mismos que portan el reloj en cuestión o cualquier otro souvenir de la cleptocracia señalan a sus antecesores para salir librados de cualquier pecado. Hasta ahora les ha funcionado.
A principios de este año, Transparencia Internacional presentó su índice anual de corrupción en el mundo, y uno de los casos de corrupción más graves fue protagonizado por el Gobierno de El Salvador, con doce millones de por medio en la compra de suministros para la pandemia a precios exorbitantes. El hecho continúa impune e incluso ya es olvidado por muchos. Los cleptócratas que sobresalen en estos hechos, son los mismos que se pavonean con aquello que les otorga sus tratos por debajo de la mesa; ellos creen resaltar con clase y poder, pero en realidad destilan un frívolo egoísmo, uno capaz de transar con sus convicciones e ideas políticas –si es que las tienen–, mientras dejan en evidencia sus pésimos gustos y ambición desmedida.
“Mejor que roben otros”, es la ilusa premisa ciudadana sobre la cleptocracia. Mientras esto se siga tolerando, con tal de cambiar al cleptócrata y no la cleptocracia, ya hay quienes, impacientemente, observan la hora en espera de su turno.

Comunicólogo y político