Los diez años del FMLN

Las administraciones del FMLN exhiben luces y sombras además de retos y desafíos. Esas circunstancias han sido influenciadas por las características propias de cada uno de sus candidatos que luego asumieron como gobernantes.

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Foto de referencia/ Archivo.

Por Luis Mario Rodríguez

2019-05-15 7:15:00

Sin la alternancia en la presidencia la transición democrática que inició en 1992 se habría visto limitada. Esta fue una condición que consolidó los acuerdos de paz y cada vez, con mayor convicción, “los partidos la reconocen como una característica estable de la política salvadoreña” (PNUD, 2015). Tanto en 2009 como en 2014, las fuerzas políticas aceptaron la voluntad popular sin mayores reparos y la asunción al poder de Mauricio Funes y de Salvador Sánchez Cerén, respectivamente, aconteció sin que el principal partido de oposición ni grupos fácticos boicotearan la legitimidad de ambos procesos electorales.

Las administraciones del FMLN exhiben luces y sombras además de retos y desafíos. Esas circunstancias han sido influenciadas por las características propias de cada uno de sus candidatos que luego asumieron como gobernantes. Mauricio Funes Cartagena no era militante del FMLN cuando se postuló a la presidencia. Funes mantuvo una relación errática con el FMLN. No estar vinculado orgánicamente al partido le otorgó un margen de maniobra para decidir, en función de la coyuntura política y electoral, el trato que daría a la élite del partido oficial. Aunque acontecieron momentos de tensión pública, el balance general indica que contó con el soporte del partido en la mayor parte de su gestión. Salvador Sánchez Cerén es un líder histórico y fundador del Frente. Esa sola circunstancia es suficiente para explicar el firme compromiso que une al mandatario con la organización política de izquierda. Su estrecho vínculo se manifestó, por una parte, en muestras claras de apoyo por parte del liderazgo del FMLN y de su grupo parlamentario a las iniciativas de ley gubernamentales; y por otra, en acciones concretas del Jefe de Estado para la consolidación del proyecto político del partido.

En general, los dos quinquenios efemelenistas advierten un moderado avance en el ámbito social lo mismo que un esfuerzo sostenido por promover el diálogo, particularmente en la actual administración. Muestra de ello fue la constitución, entre otros, del Consejo Económico y Social —a pesar del intervencionismo gubernamental— el Asocio para el Crecimiento, el Consejo Nacional de Seguridad Ciudadana y Convivencia, el Consejo Nacional de Educación y la Alianza por la Prosperidad. Por otro lado, mejoró la implementación del acceso a la información pública y fue evidente un mayor nivel de independencia de la instancias de control, aunque estos dos últimos aspectos no dependen del Ejecutivo, más bien este Órgano de Estado fue auditado gracias al progreso en materia de transparencia.

No obstante lo anterior se discute la sostenibilidad financiera de los programas sociales y su carácter asistencialista. Los participantes en los espacios de diálogo resienten que ese ejercicio no desembocara en acciones concretas que dinamizaran la economía y resolvieran el problema de la inseguridad pública. Algunas organizaciones civiles reprueban las trabas en la lucha contra la corrupción y condenan los intentos de la bancada del FMLN para derrocar a los magistrados de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia.

La alternancia no eliminó las tensiones propias de una forma distinta de gobernar. El arribo al poder de un nuevo partido político generó ansiedades que debieron ser correctamente administradas. Siendo la primera vez que la presidencia recaía en un partido de izquierda con postulados socialistas, las expectativas y los temores alcanzaron niveles muy elevados. La incertidumbre y la desconfianza del empresariado y de buena parte de la sociedad civil, se justificó debido al pasado y a la orientación ideológica de las propuestas del FMLN. Su visión acerca del sistema económico y político y sus referentes en América Latina, presagiaban una posible incorporación del país a bloques ideológicos liderados por Venezuela. También se presumía un posible deterioro en las relaciones con Estados Unidos dados los antecedentes discursivos del partido oficial. En este aspecto, tanto la administración Funes como la de Sánchez Cerén mantuvieron una cooperación razonable con el gobierno norteamericano no exenta de desencuentros ante los apoyos mostrados en los últimos cinco años a los regímenes de Ortega y Maduro.

El estilo dialogante del presidente Sánchez Cerén es innegable y muy alejado del de su predecesor que protagonizó reiteradas confrontaciones con el sector privado. Si bien el silencio del mandatario ante los postulados marxistas leninistas de la cúpula del FMLN lo hizo acreedor de serias críticas por parte de sus opositores, lo cierto es que no impulsó cambios a la forma de gobierno ni intentó modificar la Constitución para implementar la reelección presidencial indefinida. El excomandante guerrillero, en su papel de gobernante, tampoco restringió la libertad de expresión, no revirtió la dolarización, no hizo cambios radicales en el sistema económico y respetó la separación de poderes. Su partido trató de nacionalizar las pensiones, intentó regular a los medios y batalló por anular la independencia judicial, pero no lo logró. En los diez años del FMLN funcionaron los frenos y contrapesos del poder político.

Doctor en Derecho y politólogo (El artículo completo fue publicado en ReVista, Harvard Review of Latin America)