Albur del perro del plenilunio

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Foto @BomberosSV

Por Carlos Balaguer

2021-03-04 4:41:09

Sirius, el “perro-estrella” del plenilunio, había llegado hasta el carromato de su amada infiel, jugando su suerte y su albur. Como antes, había entregado a la joven la llave de la jaula de leones donde, encerrado, dormía el traicionado lanzador de dagas. Casiopea contempló asustada la llave del vagón entre sus manos frías. Exhaló un hondo suspiro de temor, que era su mismo miedo a la felicidad. El mismo terror escénico del alma humana en la pista circense del destino. Después vio a los ojos del malabar. No pudo decir palabra alguna. A lo lejos, el rugido de los leones invadía el predio circular de las carpas errantes y el viento de un nefasto presagio agitaba sus flamígeras banderas de colores. Cuando los felinos estaban nerviosos presentían una desgracia, o acaso querían devorar a su víctima, rugían de esa manera. Allá cuando el “cazador cazado”, encerrado con sus propios leones y fieras de la imaginación, estaría a punto de librar su última batalla. Otra de las tantas que saldara cada vez que el carnaval llegaba en la víspera del “miércoles de ceniza”, fecha hasta cuando duraba el breve y pagano festejo de fieles e infieles. Cuando al final del festejo sólo quedaban las máscaras sobre las hojas secas del verano, dispersas por la brisa en la alameda. (XV) <“La Máscara que Reía” de C. Balaguer>