Rostros que barría el ventarrón sur

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Narciso Orellana (1-I), Isaac Portillo (2-I) y Michell Mercado (D) felicitan a Rodolfo Zelaya tras el gol de la victoria de Alianza. Foto EDH/ Jonatan Funes

Por Carlos Balaguer

2021-04-04 5:33:48

El joven actor -como tantos en el mundo- tenía que aceptar que las máscaras eran parte de sí mismo. Se lo habían dicho tanto ilusionistas, como también el público y la vida misma. “La suerte es una máscara inocente bufón. Un día decides arrancarla de tu rostro para ver qué risa o dicha perdida esconde tras de ella. Aquello será como descubrirte a ti mismo. Al día siguiente te la volverás a poner para continuar la comedia y que vuelvan a vivir, tanto el disfraz como el desconocido actor que vive en ti”. De esa forma el último “mascarada” aceptó vivir dentro de las diversas caretas de su espectáculo. Vivía solitario en su carromato circense, sin permitir que nadie -ni la vida misma- viera el desnudo rostro de su suerte. En ocasiones cubría su cara con la máscara de un ser bello. En otras, con el antifaz del diablo, de la muerte o del deseo. Al final del día -más allá del proscenio o en su sórdido camerino- volvía a quedar a solas consigo mismo. O acaso con lo que quedaba de su propio y disipado recuerdo. Entonces colgaba en la pared la olvidada faz de su ser, que sonreía eternamente al infinito y a la nada. Al igual que sonríen las sombras errantes del carnaval. Imaginados rostros sin vivir, que al final quedaban tirados en el polvo del tiempo y el ventarrón del sur volvía a barrerlos del sendero. (XXXV) <“La Máscara que Reía” de C. Balaguer>