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La seducción: arte trágico y divino del amor

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Por Carlos Balaguer |

Adepto de los solitarios dioses del amor que veneraban en Ara, Kania aprendió un arte más a su favor: el encantamiento de la seducción. De esa manera seduciría a las últimas mujeres y serpientes del erial. La seducción, arte trágico y divino del amor, esencial en el drama de la vida. La tragedia necesita del eros humano y éste necesita de la tragedia divina. Artes mágicas amatorias, que requieren de la entrega, el perdón y la felicidad sexual. El dolor de amar es lo triste de este arte inmortal. La dicha de amar, conlleva intrínsecamente el dolor de la separación. Los amantes —en el círculo de la existencia— no pueden poseer por siempre aquello que amaron en su artilugio infausto y fugaz. Encantador de damas y serpientes, seductor de ciervos y tigres del desierto, Kania olvidó de pronto —en aquellos largos e interminables días— el secreto de Rhuna. Habían pasado los años —como trepidantes colosos— similares a los ilusorios gigantes de la planicie o a las desenfrenadas pasiones de la ciudad perdida. Las corrientes doradas del Ares arrastraban —entre tanto— eternamente el oro que bajaba de las altas y lejanas montañas. “¿Porqué ir hasta los montes distantes en busca del precioso metal, si nuestro padre Ares lo trae hasta nosotros en sus transparentes y cantarinas aguas?” —decía Samaj al arquero. Los ojos de éste quedaban fijos en el puñado de doradas arenas que su amada le mostraba entre sus manos abiertas. (XXXVIII) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>

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