Herida pasión del malabar de la luna

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Por Carlos Balaguer

2021-03-01 5:40:34

La joven Casio guardó la llave del carro de leones. Allá donde Damus dormía la borrachera como otra fiera más, mansa y vencida. Entre tanto, su virgen amada era poseída tierna y apasionadamente por el encantador saltimbanqui.

La embargó una dicha inaudita que en sus noches solas apenas había imaginado, lejos del indiferente lanzador. El mismo que -apuñaleando sombras- había olvidado llegar hasta su lecho. Justo al rayar el alba Sirius abandonó a su amada Casio, la cual fue a quitarle llave a la jaula de leones donde dormía el lanza-dagas. Cuando Damus despertó y fue al carromato de la joven encontró manchas carmín sobre el lecho de Casiopea.

“¿De dónde es esa sangre sobre tus sábanas, amada Casiopea?”, preguntó intrigado el lanzador. La joven tuvo que herir su mano para justificar el carmín de su inocencia perdida. “Limpiando tus puñales me herí la mano”, dijo al tira-sables.

Después de aquello, en cada carnaval Casiopea embriagaba a Damus para dejarse amar por el malabar de la luna. Ingenuamente volvía a herir su mano -ya con la espina de un rosal o con el filo de una daga del lanzador. El mismo que finalmente entró en dudas. En cada carnaval su amada resultaba herida y cuando él examinaba los sables no los encontraba teñidos de grana. (XI) <“La Máscara que Reía” de C. Balaguer>