El General y la lista Engel

La Lista Engel, señores, no es una ofensa, ni debería ser motivo de memes, chistes, acusaciones varias, y excusas. Debería ser una vergüenza nacional, pues tan culpables somos nosotros, los ciudadanos, por aceptar la corrupción como los distintos gobiernos (pasados y presentes) de aprovecharse.

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Óscar López Jerez es felicitado por el presidente de la Asamblea Legislativa, Ernesto Castro de Nuevas Ideas, fue puesto como presidente de la Corte Suprema y en la Sala de lo Constitucional, sin estar en listado 221-2030. Foto EDH / Archivo

Por Carmen Marón

2021-07-06 6:16:11

Maximiliano Hernández Martínez, según me contaban mis antepasados, era un personaje. Entró al gobierno como Ministro de Guerra, se convirtió en Presidente al derrocar a Arturo Araujo y se perpetuó en el poder diez años más de los pactados, hasta que los conflictos sociales lo obligaron a dimitir. Tenía su propio espacio radial en el cual le daba consejos a todos los salvadoreños acerca de temas espirituales, familiares y sociales. Padre de ocho hijos y de profundas creencias teosóficas —razón por la cual uno murió en la niñez— tenía su propia “Lista Engel”, en la cual figuraban todos sus ministros, incluyendo mi abuelo, uno de los contados militares en su gabinete.
Hernández Martínez hizo muchas cosas buenas por El Salvador. Muchas veces se nos olvida que todo gobierno tiene sus mayores y sus bemoles. Bajo su gobierno se creó el Banco Central de Reserva y el Banco Hipotecario, la Compañía Salvadoreña del Café, la Caja de Crédito Rural, la Cooperativa Algodonera, la Dirección General de Obras Públicas y la de Mejoramiento Social. Construyó puentes y carreteras, entre ellos el puente Cuscatlán sobre el Lempa. Además, saneó las finanzas públicas al punto que, en 1938, El Salvador había cancelado su deuda externa en su totalidad.
Desafortunadamente, el gobierno de Hernández Martínez también estuvo manchado por las peores atrocidades en la historia de El Salvador: el asesinato de Farabundo Martí, la continua represión y persecución de los campesinos e indígenas, la destrucción de la cultura pipil, la persecución de disidentes, el apoyo a los grandes terratenientes, especialmente a los productores de café, que crearon tremendas injusticias en el área rural. Aunque la presión de la sociedad civil eventualmente lo obligó a dimitir, las repercusiones de sus hechos llevaron a El Salvador a una cruenta guerra civil a largo plazo. Y, por años, tuvo que soportar la presión de Estados Unidos hasta que, finalmente, cedió y fue más discreto en su autoritarismo. Pero lo bueno nunca puede cubrir lo malo, pues se atentó contra la vida y dignidad de seres humanos.
La pregunta que surge es ¿cómo pudo este hombre gobernar durante 13 años a pesar de tantas atrocidades? Bueno, Martínez tenía una “cualidad” , si así puede llamársele, que fue compartida por muchos dictadores en nuestra triste historia nacional: no era corrupto y no permitía que sus ministros lo fueran. Al General no le temblaba la mano para destituir de su gabinete y del gobierno a quien mostrara el mínimo intento de robo o fraude. A pesar de sus muchos pecados, el mismo era de una honradez notoria y, por lo tanto, podía exigirla.
Es triste, verdaderamente, que habiendo tenido y teniendo la oportunidad de haber vivido en democracia tras 12 años de conflicto armado, en lugar de pasar los últimos 32 años buscando promover la equidad y la justicia social, le dimos rienda suelta a la corrupción. Es triste que en el contexto de la democracia hubo más robo que durante las dictaduras militares. Y hablo en plural porque si bien la corrupción la ejecutaron otros, los ciudadanos la hemos permitido, visto como normal y hasta defendido. Casi tres décadas después de la guerra, un siglo después que Hernández Martínez fuera nombrado Ministro de Guerra (1921) y 200 años después de nuestra Independencia, sigamos siendo un país de odios, rencores, pugnas internas, clasismos y, ahora añadamos, de corruptos. Y es triste que los gobiernos militares pasen a la historia como menos corruptos que aquellos elegidos por el pueblo. Y me refiero a TODOS.
La Lista Engel, señores, no es una ofensa, ni debería ser motivo de memes, chistes, acusaciones varias, y excusas. Debería ser una vergüenza nacional, pues tan culpables somos nosotros, los ciudadanos, por aceptar la corrupción como los distintos gobiernos (pasados y presentes) de aprovecharse. De cara al Bicentenario, debería ser una manera de sanar y corregir nuestra historia para llegar a ser el país que debemos ser. La grandeza moral de cualquier nación está en reconocer errores y trascender. Seguir adelante. Demostrar voluntad para convertirse en una mejor sociedad. Como ejemplo, pongo a Alemania y Japón después de la Segunda Guerra Mundial.
Poco vamos a lograr los salvadoreños —gobierno, sociedad civil, empresa privada y medios— si continuamos con pleitos estériles, cadenas de insultos, mensajes de odio, memes y ofensas. No es patriótico, no es correcto, querer que el gobierno fracase, porque fracasamos todos. Pero también es necesario que el gobierno nos provea la certeza de que va a luchar contra la corrupción no sólo fuera sino que también dentro de sus propias filas.
Una vez más hago un llamado al diálogo, a que prevalezca la armonía social, a que busquemos beneficiar al pobre y al necesitado sin colores partidarios. Una vez más pido como ciudadana que todos los que vivimos en este país hagamos lo correcto y exijamos soluciones que nos traigan paz y bienestar. Al fin y al cabo, todos nacimos bajo y, espero, amamos la misma Bandera azul y blanco.

Educadora, especialista en Mercadeo con Estudios de Políticas Públicas.