Opina… que algo queda

Si hay algo que está lejos del “opinólogo” es la máxima de puro sentido común que dice que la opinión no vale porque alguien la diga, sino porque tiene más o menos cercanía con la verdad.

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Manuel Zelaya, expresidente de Honduras. Foto Archivo AFP

Por Carlos Mayora Re

2020-11-27 5:44:53

El espíritu crítico, la disconformidad, el cuestionamiento, señalar lo que no está bien, dejar en evidencia a quienes preferirían permanecer en la penumbra… etc., es uno de los pilares sobre los que se asienta la libertad en las sociedades. Tanto así que su contrario: ocultar datos, evadir controles, acallar críticos, etc., es y ha sido indefectiblemente una de las características de los gobiernos de tiranos y autócratas.
El espíritu crítico, como lo muestra la historia, ha sido una y otra vez motor de revoluciones y cambios profundos en las sociedades donde no se la ha impedido medrar. La razón de fondo es que por medio de este empeño por saber de verdad la verdad, las personas impiden que “otros” piensen por ellos, que “otros” decidan su vida por ellos, que “otros” se arroguen el monopolio de los temas cruciales.
Sin embargo, el ánimo censor –como todo– se despliega en diferentes presentaciones, desde la más baratas hasta las más sofisticadas.
Una de las más extendidas es la pura y simple imitación: se identifica un personaje popular y se comulga con él irreflexivamente, se ataca lo que él ataca, se defiende lo que defienda, se repiten sus frases y clichés y ya. Funciona cuando el crítico es oposición política; pero cuando –aupado por la masa de opinantes que votan por él– se hace con el poder, la cosa cambia. Entonces, quienes deberían cuestionar se convierten en aduladores de pensamiento romo, y su única fuerza termina por consistir (se podría citar aquí al conocido Facundo Cabral) en su número pues se les llega a temer no por lo que dicen sino porque son demasiados… y esto, que podría parecer irrelevante, cobra máxima importancia cuando se sabe que también votan.
Una segunda presentación, también de las más comunes y por lo tanto de las que se parecen más a la bisutería que a la joyería de calidad, es la que se podría llamar la “opinología”, o el prurito de hablar de todo porque se tiene una tribuna (las redes sociales son ideales para esto) desde las que se dice lo que sea; sin responsabilidad por las consecuencias de lo dicho, sin obligación de mostrar la falsedad o verdad de lo que se opine, sin ni siquiera el deber moral de sostener la parida mental con argumentos o pruebas.
Los “opinólogos”, además, parecen profundamente convencidos de aquello de que su opinión es tan válida como la de cualquiera… hasta que ese “cualquiera” le argumenta con datos, hechos, razonamientos y verdades que no puede controvertir porque, en puridad, no es ni siquiera capaz de comprender. Entonces, cuando se le topa a la pared, invariablemente recurre al insulto, al “peor eres tú”, o a manidas consignas y frases hechas.
Si hay algo que está lejos del “opinólogo” es la máxima de puro sentido común que dice que la opinión no vale porque alguien la diga, sino porque tiene más o menos cercanía con la verdad.
Además, cuando la formación del “opinólogo” es deudora del espíritu práctico, utilitarista, concreto, que domina actualmente nuestra cultura, es comprensible que para ellos sea imposible entender razonamientos abstractos, consecuencias de mediano y largo plazo, argumentos históricos y todo un conjunto de modos de llegar a la verdad que, simplemente, no está a su alcance. Y no sólo porque sean, como alguna vez se les ha dicho “menos pensantes”, sino porque su formación y educación no les ha preparado para algo un poco más elaborado que reaccionar.
De todo lo anterior, quizá una conclusión preliminar podría ser que no basta tener teclado para opinar; mientras una segunda reflexión podría ir por el rumbo de que no es posible tener espíritu crítico sólo con pretenderlo, con imitarlo, o con gritar lo que a uno le parezca en el foro que tenga disponible. Para todo hay que aprender, incluso para opinar.

Ingeniero/ @carlosmayorare