Liberales contra la libertad

Si hay algo paradójico es que se defienda el intervencionismo estatal desde posturas liberales. Quizá porque pasamos de una sociedad que tomaba en cuenta los derechos pero no dejaba de lado los deberes, a otra en que a fuerza de insistir en los derechos llegó a confundir estos con los deseos individuales.

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Raquel Avoleván, Alejandra Costa, Luiza Manga y Alejandra Ochoa son algunas de las famosas que se han pronunciado contra la violencia infantil. Foto EDH / Instagram

Por Carlos Mayora Re

2019-10-11 6:08:11

A pesar de los populismos instalados en varios de los gobiernos tradicionalmente liberales y en los regímenes con vocación tiránica disfrazados de social democracias, la tradición liberal que ha derrotado significativamente la pobreza mundial y mejorado indiscutiblemente la vida de millones de personas en el planeta se niega a sucumbir.
Sin embargo, en cierta forma se ha desnaturalizado, porque vemos que cuanta más libertad individual —tecnología y educación mediante— está a disposición de las personas, parece que vamos perdiendo libertad y por ello más éxito tienen los políticos con vocación totalitaria al hacerse con el poder.

Los auténticos liberales están convencidos de que en el mercado de las ideas éstas deben triunfar por persuasión y nunca por imposición. No obstante, cuanto más posibilidades se abrieron de libertad de expresión, de prensa, de opinión, en lugar de que se inaugurara un foro de libre discusión de ideas, tomó fuerza la imposición ideológica de teorías y puntos de vista que —tiránicos por definición— relegan a rareza todas aquellos planteamientos que se opongan a su doctrina.

Vivimos en un mundo en el que la hiper-comunicación y la rendición de la razón ante el poder de lo impactante, facilitan que se descalifique sin justificación a las personas simplemente por sus ideas y puntos de vista.
A fin de cuentas, no hay nada más práctico que contar con el poder —de los votos, de los medios, de las redes sociales— para olvidarse del respeto y del espacio que merecen en el debate público, las ideas ajenas.

Según Rawls, en las sociedades liberales debería haber, por una parte, flexibilidad suficiente para acomodar las distintas visiones del mundo, mientras que por otra se esperaría neutralidad por parte del Estado en las disputas de ideas, permitiendo que todos los actores sociales puedan participar como ciudadanos libres e iguales.

Sin embargo… estamos viendo globalmente justo lo contrario: un agresivo proselitismo de Estado a favor de temas como la ideología de género, los privilegios de ciertas minorías, o el rechazo de los ciudadanos a partir de sus convicciones morales, por citar tres casos.

Ciertamente estamos lejos de que se cercene la mano del que imprime un panfleto denigratorio, como en la isabelina Inglaterra; pero no vemos con extrañeza que se ampute la reputación de los opositores simplemente por no encajar en lo políticamente correcto.

Hemos llegado al absurdo a descalificar a alguien para ser tomado en cuenta en una discusión simplemente porque es hombre (pues estaría hablando por él el odiado patriarcado), por su posición socio económica (no se admiten opiniones que vengan de lo que sus rivales llaman el “privilegio”), por su educación, sus creencias religiosas, o los “pecados” sociales de cualquier pariente lejano…

El problema de fondo no es que nos parezca absurdo todo lo que no podamos tolerar, sino que nos hemos vuelto incapaces de comprender a cabalidad qué es lo absurdo… cosas de la abdicación de la razón frente al sentimiento.

Si hay algo paradójico es que se defienda el intervencionismo estatal desde posturas liberales. Quizá porque pasamos de una sociedad que tomaba en cuenta los derechos pero no dejaba de lado los deberes, a otra en que a fuerza de insistir en los derechos llegó a confundir estos con los deseos individuales.

Ese camino conduce a que el Estado, en lugar de cumplir su papel de garante de las libertades, termine por convertirse en una fábrica de egoístas, en guardián de que cualquiera pueda imponer sus ideas y creencias si estas concuerdan con el mainstream cultural, al mismo tiempo que limita la participación en el debate a todos los que -según la nueva inquisición estatal-, atenten con sus dichos y hechos a los deseos (pseudoderechos) de algunas minorías, que no sólo son protegidas y fomentadas por el Estado, sino incluso financiadas con

Ingeniero @carlosmayorare