Legado de irrelevancia

La que podría ser una inspiradora historia del profesor con padres artesanos que llegó a ser presidente es en vez la historia del educador que no hizo nada por mejorar tangiblemente la educación pública en el país. Lo que se podría decir de la valentía de un comandante guerrillero que se lanzó al combate para desmontar las injusticias de un Estado autoritario queda más bien opacado por la realidad de un burócrata

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Mientras se llega el día, el paso vehicular y peatonal ha sido cerrado frente al Palacio Nacional. Foto EDH/ Francisco Campos

Por Cristina López

2019-05-27 4:30:48

Se acabó. Con más penas que glorias, a Salvador Sánchez Cerén se le terminó su gestión como presidente de la República. Según quienes le escriben los discursos, le deberíamos estar agradeciendo por la disminución en la cantidad de homicidios, o por haberle dado un golpe al narcotráfico con los “cientos de toneladas de drogas incautadas” durante su administración. Desafortunadamente, las cifras del discurso de despedida de Sánchez Cerén no coinciden con las estadísticas oficiales disponibles, y cualquiera con la buena intención de escrutar la propaganda y llegar a la verdad podría darse cuenta.

Y haber llenado el discurso final en el que defendía su legado con mentiras comprobables —que debería ser un escándalo por la audacia de mentir tan descaradamente— será algo prontamente olvidado, de la misma manera que el legado irrelevante de Sánchez Cerén.

La que podría ser una inspiradora historia del profesor con padres artesanos que llegó a ser presidente es en vez la historia del educador que no hizo nada por mejorar tangiblemente la educación pública en el país. Lo que se podría decir de la valentía de un comandante guerrillero que se lanzó al combate para desmontar las injusticias de un Estado autoritario queda más bien opacado por la realidad de un burócrata que se apoltronó de manera inerte en el poder, cuyo coraje asemeja la débil y airosa consistencia del carbohidrato dulce que la opinión popular para siempre conectará con su imagen.

¿O no es demostrar un carácter con resistencia comparable a la de un nuégado ser incapaz de pronunciarse con independencia para condenar las violaciones a los derechos humanos llevadas a cabo por los regímenes de Venezuela y Cuba? No, Sánchez Cerén jamás se atrevió a levantar la voz contra las corruptelas y atrocidades autoritarias de sus compadres: más bien, las trató de endulzar con mensajes solidarios y de traducir al sistema salvadoreño disfrazándolas de un buen vivir que solo disfrutó la dirigencia del Frente y la oligarquía de ALBA, pero no el salvadoreño de a pie por quien, en teoría, se alzó en armas el comandante Leonel.

Lo que deja, luego de su irrelevante permanencia de una década en el Órgano Ejecutivo (¿o se les olvidó que fue el vice de Mauricio Funes, aparentemente durmiendo en feliz ignorancia del saqueo sistemático de las arcas del Estado?) y otros lustros más como diputado, es un país donde se asesina a más gente que en cualquiera de las tres administraciones anteriores, donde el crecimiento económico se ha estancado y donde gran parte de la población prefiere aventurarse a emigrar que buscar la movilidad social dentro del territorio.

Será tristemente más recordado por medir el agua en kilovatios que por resolver la crisis hídrica, por inspirar más memes virales que por avanzar el acceso a internet para el mayor número posible de salvadoreños, por parecerse más a un postre típico que a un prócer de la Patria. Un legado de irrelevancia, cuando se considera la cantidad de tiempo que dedicó al servicio público y lo poco que tiene para adjudicarse en la historia del progreso de nuestro país. Adiós, y que le aproveche.

Lic. en Derecho de ESEN, con maestría en Políticas Públicas de Georgetown University.@crislopezg