Las cavilaciones de Moctezuma

Las consecuencias de no entender las señales de los tiempos ni actuar en consecuencia son terribles. Sea que el error sea cometido por un poderoso monarca… o por unos partidos políticos que continúan aún hoy, sin entender cómo es que perdieron el poder y qué es lo que la población actualmente espera de ellos.

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El jugador de Brasil Everton Sousa celebra un gol, durante el partido Brasil-Perú final de la Copa América de Fútbol 2019, en el Estadio Maracanã de Río de Janeiro, Brasil, hoy 7 de julio de 2019. EFE/Paulo Whitaker

Por Max Mojica

2019-07-07 3:43:34

Moctezuma Ilhuicamina, emperador de los mexicas, penetró a la sala de banquetes con aire melancólico. Era un hombre de unos cuarenta años, de estatura mediana, algo enjuto, pero bien proporcionado. Su rostro más largo que ancho, la nariz algo aguileña y su piel más clara que el resto de sus connaturales. Como siempre, ese día vestía una impoluta túnica de algodón blanco con bordados de oro, vestido adecuado para quien era el amo y señor de un inmenso pueblo.

Entró al salón con el paso mesurado y solemne que acostumbraba cuando se presentaba en público. Tomó asiento frente a su mesa, dándole la espalda a la apertura que conducía al jardín de plantas perfumadas que tenía en su palacio. Rápidamente sus sirvientes colocaron un biombo dorado, para separar al monarca del resto de los presentes, el cual estaba decorado con intrincadas figuras de dioses y héroes, que evocaban las glorias del imperio mexica.
Los dignatarios de su séquito —más de cien— permanecían firmes, mirando al suelo, en respetuoso silencio ante su terrible y poderoso señor; únicamente cuatro venerables ancianos, que conformaban sus cercanos consejeros, tenían autorización para acompañarlo mientras almorzaba.

El mayordomo entró al salón, seguido de treinta sirvientas, cada una con un plato que contenía las exquisitas creaciones de la cocina real, las cuales los colocaron sobre un idéntico número de braserillos, que los mantenían calientes. Pero no obstante tantas y tan variadas exquisiteces, ese día el monarca se mostraba parco ante las deliciosas viandas.

Como quien no quiere la cosa, Moctezuma tomó de aquí y allá, utilizando tres dedos como lo indicaba la etiqueta mexica, trozos de deliciosa carne de Xoloitzcuintli, ese curioso perro sin pelo, que los aztecas criaban, para luego cocinarlo en salsa, lo cual consideraban todo un delicatesen.

La razón de la dispersión mental del monarca se debía a los astros. Horas antes, había consultado a su astrólogo, quien le había informado que existía una perversa conjunción de planetas; por lo que, con gesto distraído y perdido en sus pensamientos, se limitó a despachar a su corte y consejeros. Tomó la pipa que le proporcionaba un sirviente hincado, y procedió a fumar pensativo en su patio.

Estaba preocupado por los signos adversos. Él conocía que no estaba hecho de la misma pasta que su padre y abuelo, quienes bajo el glorioso nombre “Moctezuma”, expandieron a sangre y fuego el imperio mexica. Él simplemente lo había heredado: una vasta región de pueblos sometidos y conquistados, quienes ahora le brindaban de forma más o menos pacífica, tributos, esclavos y seres humanos para ser sacrificados en sus altares.

Mientras se encontraba sumido en sus pensamientos, un tembloroso mayordomo, temeroso de importunarlo, le avisó que acababa de entrar un jadeante mensajero. Preocupado por la “conexión de hechos”, hizo que lo llevasen ante su presencia de forma inmediata.

—Gran Señor —inició diciendo el mensajero—, a Potonchán han llegado unos hombres pálidos y barbados que navegan en casas flotantes —continuó diciendo sin elevar su mirada del suelo—. Los dibujantes los han representado en estos nequem.

El mayordomo tomó los nequem de manos del mensajero y los despegó ante el monarca. En ellos se representaba a las naos españolas, a unos “venados sin cuernos” que dócilmente se dejaban montar por estos y a unos guerreros, equipados con petos de acero, espadas, alabardas, escopetas y ballestas.

Ni Moctezuma ni sus consejeros supieron entender los signos de los tiempos y ello les llevó a cometer un fatal error que los haría perder un poderoso imperio. En vez de conocerlos, entenderlos, estudiar sus tácticas y luego hacer una guerra adecuada al reto que presentabas los extraños visitantes, decidieron enviarles presentes e invitarlos a la ciudad. Ni Moctezuma ni los aztecas se recuperaron nunca de ese error.

Las consecuencias de no entender las señales de los tiempos ni actuar en consecuencia son terribles. Sea que el error sea cometido por un poderoso monarca… o por unos partidos políticos que continúan aún hoy, sin entender cómo es que perdieron el poder y qué es lo que la población actualmente espera de ellos.

Si no lo logran entender, pronto únicamente sabremos de ellos por lo que leamos en los libros de historia.
Abogado, máster en leyes.@MaxMojica