La muerte de Mao

Para la familia de María Olimpia Escobar de Melhado, amistades y compañeros del “Runners 503”, reciban una genuina y sincera muestra de pesar, extensiva para familiares y amigos de cada una de las víctimas de esta espiral de violencia que no merma.

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Este era el once inicial del Alianza FC ante el Santos FC de Brasil en el partido del 16 de enero de 1956 en el Estadio Flor Blanca.

Por Eduardo Torres

2019-05-21 6:03:54

Durante el fin de semana anterior, justo cuando descubrían el cadáver del padre Cecilio Pérez Cruz, asesinado en extrañas circunstancias en la parroquia del cantón San José de la Majada, en Juayúa —el segundo sacerdote asesinado en 14 meses, del primero no se supo ya nada— se conoció sobre la muerte de María Olimpia Escobar de Melhado —“Mao”, para sus familiares y amistades—, madre, esposa, profesional exitosa, atleta que fue acuchillada en el corazón de Santa Elena mientras se ejercitaba temprano por la mañana luego del receso de Semana Santa.

En medio de todo esto es lamentable leer cómo se expresan algunos en redes sociales sobre el tema, en especial en Twitter, mostrando su falta de sensibilidad hacia el dolor ajeno y quizás el deterioro de su salud mental.

No conocí a María Olimpia; tampoco me refiero a ella por el lugar en que fue víctima del criminal y cobarde atentado que terminó arrancándole la vida. Su caso me remonta a un par de décadas atrás cuando quien escribe residía en Washington D.C. Marcia Williams, panameña de veintiséis años había limpiado ese domingo la segunda de dos casas y alrededor de las cuatro de la tarde, cuando en los alrededores del Capitolio iba hacia la casa de su madre a recoger a sus tres pequeños hijos, quedó en medio de un fuego cruzado entre vendedores de droga. Una bala le impactó en la frente, justo arriba de los ojos.

Medios locales en la capital estadounidense, al referirse a lo sucedido, decían que Marcia Williams estaba “en el lugar equivocado” y a “la hora equivocada” para cuando inició el intercambio de disparos entre los vendedores de droga rivales. Hasta que The Washington Post publicó un memorable editorial que desde aquel momento guardo en mi disco duro. “¿Cómo que en el lugar equivocado y a la hora equivocada?”, preguntó el editorial del Post. “Qué de malo andaba haciendo esa pobre mujer, trabajando en domingo y en ruta hacia la casa de su madre para recoger a sus pequeños hijos? Lo que no queremos aceptar”, advirtió el escrito, “es que los criminales se han apoderado de nuestras calles”.

Reconforta un tanto el uso de tecnología en el caso de Mao —cámaras de videovigilancia— para lograr la captura de los presuntos responsables del crimen, pero quién puede permanecer inmune ante tan pavoroso hecho. Fue una bestialidad embestir a puñaladas a una mujer que se ejercitaba, supuestamente, porque se resistió a entregar su teléfono móvil. Si no respetan la vida de sacerdotes, asesinan a policías, soldados y un larguísimo etcétera de ciudadanos de toda índole, válido es para nosotros el espíritu del editorial de “el Post”: se han o no tomado los criminales nuestras calles, nuestros vecindarios, nuestros barrios? El derecho a la vida, dicho sea de paso, es el primer derecho humano que hay que respetar.

Para la familia de María Olimpia Escobar de Melhado, amistades y compañeros del “Runners 503”, reciban una genuina y sincera muestra de pesar, extensiva para familiares y amigos de cada una de las víctimas de esta espiral de violencia que no merma.

Es evidente que se requieren mejores políticas públicas integrales para lidiar con el problema de la inseguridad ciudadana, desde ningún punto de vista virajes ciento ochenta grados como los experimentados durante los últimos diez años: de la tregua al garrote. Sólo lidiando con esta problemática con una mayor eficiencia se podrá avanzar en hacer realidad la otra necesidad que como país tenemos para poder brindar mejores condiciones de vida para los salvadoreños: el crecimiento económico.

Que la muerte de Mao y de cada víctima de la violencia en nuestro país no haya sido en vano. Que el recuerdo y legado de cada quien nos ayude y de fuerza para la creación de una sociedad donde resplandezca la luz de la justicia, haya creación de oportunidades y lleguen a cubrirse las necesidades básicas de todos.

Abogado y periodista.