La moneda en el bote vacío

Los salvadoreños tenemos nuestra propia moneda en el bote: la ideología. Lo veo a cada rato, en conversaciones, en mis redes sociales, en ciertas homilías y editoriales. Los salvadoreños creen tan firmemente en algo, que, aunque la evidencia me la restrieguen en mi cara, me niego a aceptarla

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Fotos: Google

Por Max Mojica

2019-05-20 4:46:20

El ruido es ensordecedor, no permite pensar. Cuando hay ruido, no hay diálogo ni lógica ni pensamientos claros. Es como pretender sostener un intercambio de ideas en una parada de buses, en pleno centro de la ciudad: el ruido lo hace imposible. Lo mismo sucede cuando se deposita una simple moneda en un bote que está vacío, cuando este se agita, produce mucho ruido.

Para desgracia de nuestro querido país, sobran personas que representan a esa moneda depositada en un bote vacío. Tienen tan pocas ideas. Y al escasear de ideas, deciden hacer lo que les brinda sentido y seguridad: aferrarse a la única idea que tienen; y cuando la agitan, el ruido que produce es ensordecedor y no les permite pensar.
Como un mecanismo de seguridad personal, cada vez que una nueva corriente o una situación cotidiana confrontan su seguridad, recurren a su método infalible de reafirmación: sacuden el bote. Ese método es seguro, el ruido que arma la moneda espanta cualquier pensamiento que contradiga todo aquello en que creen o han aprendido.

Para algunos la moneda en el bote es la religión. Un ruidoso sistema de creencias que no les permite abrir su mente a ninguna idea o filosofía que pueda cuestionar lo que aprendieron a repetir desde que estaban en Kínder. Todo lo que se oponga o contradiga a lo que creen es pecado, anatema o herejía. Usted escoja. Y cuando la idea contrapuesta hace demasiado sentido, entonces recurren a agitar la moneda en el bote, esa que genera tanto ruido que elimina cualquier posibilidad de pensamiento racional.

Para muchos cristianos, aquellos que no creen en “su” Mesías están totalmente equivocados y condenados. Ello implica que 1,800 millones de adeptos al islamismo, 1,000 millones de creyentes en el hinduismo, 500 millones de creyentes en el budismo, 50 millones de creyentes en el budismo, 25 millones de creyentes en la religión Sij, 15 millones de judíos y el resto de religiones minoritarias y ateos… simplemente están equivocados. Cuando un cristiano (o algún creyente de alguna de esas religiones) lee algo de la “otra” religión, en vez de pensar y comparar, preferimos agitar la moneda en el bote. Pensar, para algunas personas, puede resultar peligroso.

El ejemplo más cruel de la moneda en el bote es el que nos presentan los terroristas. Están tan absolutamente convencidos de “su verdad” que están dispuestos a explotarse en un mercado de verduras en Bruselas, manejar un cabezal de muerte sin frenos en las Ramblas, o dinamitar una imagen de Buda de 2,000 años de antigüedad en Afganistán. Todo sea por su creencia, por esa única moneda depositada en el pobre banco de su mente.

Para los terroristas, resulta inconcebible que “el otro” pueda tener razón. Esa posibilidad le da tanto miedo, que prefiere que el mundo arda en llamas antes de aceptar que lo que él cree no es la “verdad”. Para nosotros los occidentales, nos hace mucho sentido apuntar con nuestro dedo acusador a los miembros de ISIS o Hamás, pero nos hace sentir muy incómodos recordar las católicas cruzadas o la Inquisición. Cuando esa idea se cruza en nuestra mente y toma forma esa idea tan poco políticamente correcta de que una religión puede recurrir a la fuerza, a la sangre y al terror para imponerse, nos genera tanto temor que recurrimos a agitar nuestra moneda en el bote. De repente, ese ruido se nos hace cómodo, no nos permita pensar. De nuevo, pensar a veces es peligroso.

Los salvadoreños tenemos nuestra propia moneda en el bote: la ideología. Lo veo a cada rato, en conversaciones, en mis redes sociales, en ciertas homilías y editoriales. Los salvadoreños creen tan firmemente en algo, que, aunque la evidencia me la restrieguen en mi cara, me niego a aceptarla. No importa cuán fiables sean las pruebas, una vez que he creído en algo, no hay vuelta atrás, y el que sostiene la otra idea es mi enemigo declarado, respecto al cual no hay posibilidad ni de apertura ni de redención.

¿Hay solución? Sí. Llenar nuestra mente —que representa ese “bote”— con muchas ideas. Cuando nuestra mente está tratando de estar llena, una simple y fanática idea deja de hacer tanto ruido.

Abogado, máster en leyes. @MaxMojica