La humillación abrumadora

El sistema falla en mostrarles un camino diferente dado que se vuelve parte del mecanismo de confrontación ascendente de desafío y respuesta. En su lugar, los penales deberían otorgar un trato humano que permita la adquisición del respeto por caminos pacíficos y entregue opciones diferentes de vida.

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Por Mario Vega

2019-07-18 7:49:23

¿Por qué los seres humanos pueden ser violentos? ¿Por qué las personas adoptan la violencia como lenguaje? El doctor James Gilligan, que dedicó buena parte de su vida a buscar las respuestas, identificó que la razón fundamental de la violencia es lo que llamó la humillación abrumadora.

Se entiende por humillación las acciones que hieren el amor propio o la dignidad de la persona, y por abrumadora la condición que produce una carga grave que agobia y hastía.

La humillación abrumadora en nuestros niños y jóvenes es producida, esencialmente, por las condiciones de marginalidad en que viven las mayorías. Una vez instalada, afecta al agresor y le genera un sentimiento de inadecuación. Es claro que existen las personas violentas debido a psicopatías, esos casos pertenecen al ámbito clínico. Pero, en el caso de la violencia social, por ser tal, la causa se remite a condiciones de la estructura y dinámica colectiva. Estamos hablando de niños y jóvenes sin afectaciones psicopáticas pero que son capaces de abrazar la violencia como recurso último para recuperar el respeto y la valía personal.

No se afirma que la pobreza conduce a la violencia. Porque el patógeno de la humillación solo deriva en violencia cuando la persona carece de las herramientas para defenderse de otra manera. Las herramientas son, en el fondo, los valores. Aquí es donde entran en juego los factores de riesgo. Cuando la humillación se combina con el abuso infantil o negligencia, machismo, altos niveles de delincuencia, acceso a armas, drogas y alcohol, las condiciones para una epidemia de violencia están llegando a su punto. Pero, aún no se desencadenará hasta que se presenten los vectores de propagación que la eclosionen. En el caso salvadoreño los vectores evidentes son el sistema penitenciario y las pandillas mismas.

El sistema penitenciario, muy alejado de su responsabilidad constitucional, es un instrumento que se utiliza para incrementar la humillación. Pretendiendo, por su inhumanidad, mostrarse como un disuasivo, en realidad, es un mecanismo de fortalecimiento de un vector de la violencia. Las pandillas son un esfuerzo colectivo por construir y defender el respeto, operan sobre la base de un mecanismo de desafío-respuesta que se practica interminablemente dentro del grupo y contra otros grupos.

Bajo esa lógica, mientras mayores sean las penurias en las prisiones mayor el respeto que otorgan a los reclusos. Éstos, al salir en libertad, son reconocidos y acogidos como tipos probados y pulidos para el liderazgo. Así, los centros penales se convierten en crisol que provee continuamente de líderes duros a las pandillas.

El sistema falla en mostrarles un camino diferente dado que se vuelve parte del mecanismo de confrontación ascendente de desafío y respuesta. En su lugar, los penales deberían otorgar un trato humano que permita la adquisición del respeto por caminos pacíficos y entregue opciones diferentes de vida.

El conjunto del patógeno, los factores de riesgo y los vectores de propagación deben ser tratados de manera simultánea. No se debe confundir a los factores de riesgo con las causas de la violencia. El atender a los factores de riesgo, cosa menos difícil, no da respuesta a las causas. Es menos complicado construir e iluminar, pero las condiciones que producen el patógeno continuarán intactas. Las respuestas deben ser necesariamente integrales, sostenidas, simultáneas y, dadas nuestras carencias, focalizadas.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim