La herencia de mi padre

Mi padre, Dr. Carlos Ernesto Mojica, me dejó cuando tenía catorce años. Un infarto fulminante fue la causa. Es una pena no haber podido compartir más tiempo con esa persona que a la vez que fue un gran abogado, fue un amantísimo esposo, un ejemplar padre y un cultivado hombre de letras. Esta columna es un tributo a su herencia, una herencia que, gracias a Dios, no puede medirse en dólares.

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Por Max Mojica

2019-06-17 4:30:06

Mi padre me heredó. No me heredó lo que usualmente se espera, dinero o posesiones; me heredó algo de mucho más valor: el hábito del estudio y la lectura, acompañado de una actitud crítica respecto a los hechos que pudieran ocurrir a mi alrededor.

Me heredó la capacidad de analizar las “verdades” —todo aquello que se cree inmutable y escrito en piedra— que otros pudieran dar por sentado, para tratar de buscar detrás de ellas su sentido lógico y a partir de ahí, tomar mis propias decisiones sobre su contenido. En otras palabras, a la par del amor a la lectura, me heredó algo que de igual forma es invaluable: la afición a pensar por mi cuenta.

“Pensar por nuestra cuenta” nunca ha sido una característica muy apreciada por los líderes políticos, religiosos y empresariales. por lo cual me ha causado no pocos problemas; pero la verdad es que pensar por nosotros mismos nos permite desarrollar una ética personal de vida, que se transforma en honestidad en el actuar, en coherencia con nuestros pensamientos y argumentos.

Mis primeros recuerdos con mi padre se remontan a cuando nos sentábamos a leer en el par de mecedoras en la terraza de nuestra casa. Él, sumido en sus pensamientos con uno de sus múltiples libros en la mano; yo, tratando de imitarlo, leyendo la historia de los dinosauros o cualquier otro libro que despertara mi curiosidad infantil.
Para mi padre, un hombre con un natural afable y un agudo sentido del humor, la cosa no eran los deportes, era más de una sosegada conversación intelectual. Hombre de letras como era, sus temas de conversación eran prácticamente inagotables; era como conversar con un Google parlante.

Para él no existía ningún tema ni ningún autor que no mereciera ser leído. “Si crees en algo tan firmemente, no debes por que temer escuchar y leer ideas contrarias. Luego de ser expuesto a otras ideas, si sigues creyendo en lo mismo, tus convicciones serán más fuertes y la razón y la lógica de tus creencias más profundas. Sí, por el contrario, las razones contrarias son correctas y tienen sentido, tendrás la oportunidad de enmendar tus pensamientos y tener un razonamiento más verás y crítico”.

Su espíritu critico y abierto me ayudó a lidiar con las diferentes intensidades propias de las etapas que atravesé como muchacho, joven, y finalmente, en mi madurez. Ello me ayudó a no tener miedo al cambio. A aceptar mi error, cuando lo que alguna vez dije o sostuve pudiese estar equivocado. A evitar posturas como “este macho es mi mula” y cerrar mi entendimiento a algo que —como he sido testigo en más de una ocasión— le da temor a tantas personas: aceptar que no se es dueño de la verdad y que podemos equivocarnos.

Su profundo sentido de la responsabilidad respecto a los deberes ordinarios, me enseñó que los héroes no son aquellos que llevan una capa —esos no existen—, ni aquel que se interpone entre la bala y un inocente —que están dispuestos a hacer un acto extraordinario una vez en la vida— sino que lo son aquellos, miles y miles de personas anónimas, que “hacen lo correcto a diario”; que aún estando cansados, se levantan cada mañana a trabajar y que teniendo necesidad personal, prefieren usar sus pocos recursos en alimentar a su familia y velar por los suyos. Su ejemplo me impulsó, en la medida de lo posible, a convertirme en un héroe de la cotidianidad.

Mi padre, Dr. Carlos Ernesto Mojica, me dejó cuando tenía catorce años. Un infarto fulminante fue la causa. Es una pena no haber podido compartir más tiempo con esa persona que a la vez que fue un gran abogado, fue un amantísimo esposo, un ejemplar padre y un cultivado hombre de letras. Esta columna es un tributo a su herencia, una herencia que, gracias a Dios, no puede medirse en dólares.

Y para todos los que, como él, tenemos la bendición de ser papás, ¡Feliz Día del Padre!

Abogado, máster en leyes. @MaxMojica