La evolución de un concepto: altruismo

Aquellas personas que han podido ser altruistas —por ejemplo: por donar un riñón, no a un hijo o familiar sino a alguien que es poco menos que conocido; el que comparte poco o mucho de su fortuna económica; los que a sabiendas del peligro que corren sus vidas son capaces de cuidar a los perseguidos por razones de su fe—, todas ellas han sobrepuesto el temor que conllevan sus actos y las implicaciones negativas que su altruismo podría tener en el campo de la seguridad física, moral o económica

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Foto EFE

Por Mario Aguilar Joya

2019-08-11 6:22:05

El término altruismo fue acuñado por el filósofo social Augusto Comte (1798-1857), también conocido como el Padre de la Sociología. En 1830 precisó el concepto sencillamente como “el interés no egoísta en el beneficio de otros”. Con este término así definido se logró la conclusión que el altruismo era lo contrario del egoísmo, pero en ningún momento esto implicaba un daño físico o moral para el que tenía una actitud de altruismo.
Sin embargo, no fue hasta que el biólogo y naturalista Charles Darwin (1809-1882) desarrollara su Teoría de la Evolución Natural que el término altruismo llegó a alcanzar un sentido diferente al del ámbito social en que A. Comte lo había propuesto.

Es en el sentido biológico que Darwin definió altruismo. Este incluía “un comportamiento que beneficia a otro organismo no relacionado cercanamente y que va en aparente detrimento del organismo que se comporta de manera altruista”. En esta definición puramente biológica el beneficio del individuo se traduce en supervivencia y el detrimento del otro organismo se debe entender como posibilidad de extinción. Lo anterior debido a que, por ejemplo, si se le aportaba ayuda alimentaria a otro individuo, esto podría ser la diferencia de vida o muerte para el altruista o su descendencia. Es de esta manera como aparece por primera vez el concepto de “extinción de los altruistas”.

De esta fecha en adelante la ética intenta explicar por qué, a pesar del riesgo de extinción de las especies altruistas, todavía en la actualidad tenemos tantos ejemplos de personas generosas o filántropos que promueven con su ejemplo la conducta altruista. La moral teológica, por su lado, hace referencia a que debemos entender el altruismo como la expresión laica de lo que en el lenguaje teológico moral conocemos como benevolencia o caridad cristiana, que refleja en última instancia el amor altruístico, también llamado amor ágape.

En el siglo XX se dio un paso adelante en la comprensión del altruismo, clasificándolo así en la posible motivación que la generaba: 1.-Altruismo basado en la razón, como el que ejercen equipos de médico y enfermeras, en respuesta a que posee el conocimiento y tiene la actitud para donar su tiempo y su técnica en aquellos que no pueden sufragar los gastos de sus tratamientos. 2.- Altruismo instintivo, como ocurre con las madres que aun sabiendo que no son sus hijos biológicos, se encargan de los “hijos de crianza” nutriéndolos física y emocionalmente, tal cual si fueran propios. Y 3.- Altruismo del rol o posición, como se observa en los bomberos o en los voluntarios de salvamento, que ponen en riesgo sus propias vidas, para asistir a personas que probablemente no conozcan.

Aquellas personas que han podido ser altruistas —por ejemplo: por donar un riñón, no a un hijo o familiar sino a alguien que es poco menos que conocido; el que comparte poco o mucho de su fortuna económica; los que a sabiendas del peligro que corren sus vidas son capaces de cuidar a los perseguidos por razones de su fe—, todas ellas han sobrepuesto el temor que conllevan sus actos y las implicaciones negativas que su altruismo podría tener en el campo de la seguridad física, moral o económica. Sin embargo, se elevaron por encima de cualquier forma de egoísmo y alcanzaron dar de sí para lograr un bien mayor. Este bien mayor definitivamente solamente lo entienden aquellos que son altruistas.

Médico y Doctor en Teología.