La crueldad humana

La maldad humana no debe pasar inadvertida, debe condenarse y enmendarse. Al no hacerlo tácitamente estamos validando y legitimando su ejecución, la permisividad nos convierte en cómplices del mal.

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Foto EDH / Jorge Reyes

Por Luis Contreras Reyes

2019-09-15 4:50:47

Los ilustrados del siglo XVIII, siendo optimistas, pensaban y argumentaban que la superstición y la ignorancia estaban en el origen de todos los males y que las luces vendrían al traer el reino del progreso. Sin embargo, dos siglos después, esta teoría pierde sustento cuando vimos a los nazis matar niños, mujeres, hombres y personas con discapacidad de forma sistemática; después de disfrutar y deleitarse con una ópera de Mozart. Vemos como la más intelectual y refinada cultura puede arraigar una maldad y crueldad inconmensurable.

Algunos fundamentan que la perversidad es la que se hace desde ciertas posiciones ideológicas: justificarlo desde las carencias materiales o las disfunciones sociales. La gente hace daño porque ha pasado hambre, porque ha vivido en unas condiciones socio-económicas que les han conducido a cometer acciones dañinas. Esta teoría podría resumirse en esta frase: “el mal es fruto de la injusticia”. Sin embargo, los atentados del integrismo islámico desmienten esta tesis. Gente de clase media, universitarios algunos de ellos, personas que nunca han conocido la miseria del tercer mundo y que deben su bienestar al primero, han desarrollado un profundo odio y resentimiento que los lleva al crimen indiscriminado.

Hay otra explicación del mal, que no puede olvidarse: la biológica o genética. Algunos hombres cometen atrocidades porque están enfermos. Alguna pieza desencajada de su complejo sistema psicosomático hace que sean asesinos o violadores. Ésta interpretación sólo nos sirve en casos que son minoría. Sin embargo, la evidencia de los hechos viene a decirnos que ninguna de estas explicaciones nos satisface. Hay casos en los que el mal no tiene una justificación ni cultural ni social ni biológica. Y este, sigue perturbándonos cada vez que aparece con su aspecto imponente, sacudiéndonos de nuestros sueños, sacándonos de nuestras ingenuidades y rutinas mentales; presentándose como un absurdo para el que no tenemos explicación humana. Entonces descubrimos que no es un mero accidente de la naturaleza humana, sino algo más profundo y radical.

La maldad humana no debe pasar inadvertida, debe condenarse y enmendarse. Al no hacerlo, tácitamente estamos validando y legitimando su ejecución, la permisividad nos convierte en cómplices del mal. Ya lo decía Platón: “El bien da sentido al orden del alma, a la justicia y a las virtudes humanas, así como a todo lo existente.” Es decir que, si no se tiene un conocimiento objetivo del bien, fácilmente acciones crueles se perciben como buenas. Ejemplo de ello es ver en pleno siglo XXI como algunas personas le llaman “derecho” a poder abortar, viendo como algo insignificante que se está asesinando a un ser humano indefenso.

El relativismo y el utilitarismo también impiden diferenciar entre el bien y el mal y con ello automatizar a generaciones enteras, las cuales no poseen noción alguna de moralidad. Recordemos que el mal moral nace cuando usamos nuestra libertad no para hacer el bien, sino para buscar un fin egoísta que implica dañar a otros. Este mal es la fuente de muchos dolores y angustias de la humanidad. Con ello también aparecen desviaciones de la moral que terminan en males; un vivo ejemplo de ello: la moral pragmática, la cual solamente cumple con lo que sirve o es útil. Cuando la vivencia de la moral es difícil, se deja a un lado.

Debemos comprender que la moral no es un capricho de unas personas. Hay que vivirla en su totalidad o se abren hendiduras donde se filtran partículas perversas y si realmente queremos una convivencia social justa y armoniosa, debemos identificar el mal para evitar crueldades de enormes dimensiones.

Analista Político

@LuisSaxum