El rey a quien su orgullo venció

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Imagen de referencia. Migrantes centroamericanos intentan cruzar el río Bravo, en México, rumbo a Estados Unidos. Foto/AFP

Por Mario Vega

2021-09-19 6:00:34

Uzías subió al trono de Judá cuando apenas tenía 16 años. Fue uno de los llamados “reyes buenos”, es decir que anduvo en el temor de Dios. Su largo reinado constituyó un período de resurgimiento impresionante. Con la reconstrucción y anexión de la ciudad de Elat completó la conquista de Edom que su padre había iniciado. Esta ciudad era un puerto del Mar Rojo que le proveyó de una salida comercial vital.

También logró someter a los filisteos en el occidente y erigió un sistema de fortalezas que afirmaron su control sobre varias rutas de caravanas. Puso en marcha varios proyectos de construcción, mejoró la agricultura e ideó máquinas para disparar grandes flechas y piedras que protegían sus ciudades amuralladas.

La arqueología moderna ha descubierto que durante el siglo VIII antes de Cristo la región del desierto fue un lugar de gran actividad de construcción. Eso concuerda con el relato bíblico de que el rey hizo muchas obras de construcción que incluyeron cisternas e instalaciones de agua bastante desarrolladas. La cerámica más antigua descubierta allí data precisamente de la época de Uzías.

Un terremoto de proporciones abrumadoras se produjo durante su reinado. Pero, sus conquistas y obras previas, que habían dinamizado la economía agrícola y comercial, le permitieron una recuperación relativamente rápida. Los profetas Amós y Oseas fueron contemporáneos de Uzías y, al final de su vida, Isaías recibió su llamado. Las cosas habían marchado muy bien y gozaba del aprecio de sus súbditos, pero todo ese desarrollo y prosperidad afectó mucho la manera de verse a sí mismo: «Mas cuando ya era fuerte, su corazón se enalteció para su ruina» (2 Crónicas 26:16).

En sus primeros años de reinado Uzías había recibido el consejo y orientación de un cierto Zacarías, quien le instruyó en el temor de Dios. Pero después el rey ya no quiso escuchar a nadie. Sus éxitos le hicieron pensar que podía actuar sin responder a nadie, después de todo era el rey. Pero la ley de Moisés establecía límites y separación de atribuciones incluso para los reyes. Llevado por la arrogancia de sus logros Uzías comenzó a interferir en los asuntos sacerdotales.

En el relato bíblico puede advertirse, entre líneas, una creciente tensión entre el poder real y el sacerdotal. Cada vez más el rey quería usurpar las prerrogativas sacerdotales. Si bien es cierto que su devoción por el Señor era un hecho, tenía sus límites. Decidido a apropiarse de las funciones de los sacerdotes invadió el templo para quemar incienso al Señor.

No es suficiente tener la intención de agradar a Dios, es necesario hacerlo de la manera correcta. Un contingente de 81 sacerdotes se movilizó con rapidez y valentía para detener al rey en su deriva altanera. La historia llega a su punto culminante cuando la ira del rey se despertó de tal forma que estalló la lepra en su frente. Asustado por la desaprobación divina el rey huyó del templo humillado.

A partir de entonces Uzías se volvió un hombre impuro según lo normaba la ley levítica; en consecuencia, se volvió incapaz de cumplir con las tareas reales públicas. Estas pasaron a ser responsabilidad de su hijo Jotam, quien fungió como regente de allí en adelante. Uzías tuvo que vivir en una casa fuera del palacio desde donde limitadamente se encargaba de los asuntos del reino.

El rey exitoso que había derrotado a los edomitas y a los filisteos cayó derrotado por su propia presunción. Su mayor enemigo fue su engreimiento y su debilidad su yo. La lepra en su frente hizo inevitable que cualquiera que lo viera a la cara recordara la soberbia que la había producido. Uzías no pudo ver a nadie más sin sentirse avergonzado. Optó por vivir aislado y la lepra continuó avanzando por los siguientes diez años hasta que murió.

Para sus funerales no quisieron sepultarlo en el cementerio de los reyes por el hecho de haber sido leproso, lo hicieron en otro cementerio aledaño. Su estigma le privó hasta de las honras fúnebres reales. Su historia cabe perfectamente bajo el enunciado inviolable del Señor que establece: «Dios resiste a los soberbios pero da gracia a los humildes» (Santiago 4:6).