Las motivaciones internas

El general Gobrías, el hombre de avanzada de los persas, incursionó en Babilonia poniendo fin al reinado de Belsasar y dándole muerte. Eso era lo que el mensaje en la pared decía. No le sirvió ni la púrpura, ni el oro, ni el poder. Lo perdió todo. Pero, Daniel continuó siendo profeta y proclamando los mensajes de Dios mientras tuvo vida.

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"Cuando se retiren las aguas se visibilizará la dimensión de la tragedia", advirtió en un mensaje institucional el presidente del país, Frank-Walter Steinmeier. Foto / EFE

Por Mario Vega

2021-07-17 4:26:29

Un traje real de púrpura, un collar de oro y el nombramiento como el tercero en el poder fueron las recompensas que el rey Belsasar ofreció para quien lograra interpretar las palabras que una mano misteriosa había escrito sobre la pared del palacio. Los consejeros y sabios reales no pudieron descifrar el escrito hasta que, por sugerencia de la reina madre, fue llamado Daniel, el profeta de Dios. Una vez frente al rey, este le reiteró que le entregaría los símbolos de la alta realeza como lo eran el traje de púrpura, el collar de oro y ser promovido a tercero en poder. No obstante, Daniel rechazó los ofrecimientos del rey. Le recomendó que entregara sus recompensas a otros que sí las quisieran y que él de todas formas le interpretaría el escrito.
Daniel era ya anciano y no le movía la banalidad de la púrpura, el oro ni el poder. En su papel de profeta había puesto en cintura al soberbio rey anterior y comprendía que el poder terrenal era solo una ilusión. Al rechazar las recompensas le dio al rey la lección de que no todos los hombres tienen las mismas motivaciones, ni los mismos intereses, ni las mismas preocupaciones, ni los mismos temores. Si el común de la gente le otorga ultimidad al oro y al poder, hay otras personas que se rigen por ideales que son inamovibles y que no los negocian. Son apasionados de causas que les trascienden. Ese ardor les posee al punto de que supeditan sus vidas mismas al apego y permanencia de los valores que anuncian. La proclamación de esos principios es la razón de ser que las coloca muy por encima de quienes necesitan una paga para hacer lo que hacen y decir lo que dicen.
Daniel era la única persona en el reino que podía interpretar sueños, descifrar enigmas y resolver problemas. Su intimidad con Dios lo colocaba por arriba de los arrebatos de las circunstancias. Su visión era estratégica, basada en la justicia, y no en las oportunidades del momento. De ninguna manera sería una persona que condicionaría su actuación sobre la base de los regalos o las recompensas. No todas las personas son iguales. Cometen un error garrafal quienes piensan que los demás actúan por lo mismo que los mueve a ellos. Es más, al expresar que el oro es el que mueve voluntades, están haciendo una confesión de sus propias motivaciones y una aceptación tácita de que se encuentran en venta. Son la clase de personas que no harán nada si no es por la paga y que también harán cualquier cosa, la que sea, por recibirla. En el mercado de las voluntades no existen límites morales y mucho menos éticos.
Había otra razón adicional por la que Daniel rechazó las recompensas que le ofrecieron: todo esto estaba ocurriendo el 11 de octubre del 539 antes de Cristo. Esa noche el general Gobrías, el hombre de avanzada de los persas, incursionó en Babilonia poniendo fin al reinado de Belsasar y dándole muerte. Eso era lo que el mensaje en la pared decía. No le sirvió ni la púrpura, ni el oro, ni el poder. Lo perdió todo. Pero, Daniel continuó siendo profeta y proclamando los mensajes de Dios mientras tuvo vida. Los hechos mostraron que los valores éticos son perdurables, en tanto que las riquezas y el poder efímeros. Daniel supo escoger la mejor parte.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.