“Di cuán grande conocimiento pretendes de mí, por el que ofreces dar tu vida a cambio —preguntó la esfinge al cazador—. Sé que eres Kanta, el desdichado arquero de las lejanas urbes del amor que has llegado a mí por el inevitable destino de ser hombre y fantasía. Que renunciaste a un reino por venir a mí. Huyendo del Hombre, vienes a buscar en los desfiladeros a la esfinge de ti mismo, que eres gloria y olvido; que eres grito y eres viento. Te persigue el ayer y la crueldad humana. La feroz multitud persigue a la fiera humana y fabulosa. Te persigue tu inmensa culpa hombre extraño. Por eso llevas tu rostro en el zurrón y todas las máscaras que desgarró la vida. Al final, todo perece en el desierto. Sólo quedan las raídas caretas del hombre y del ensueño”.
El arquero, palpando pensativo la máscara de su rostro, respondió: “Conocí en esas tierras lejanas de mi origen diversos artes venerable cantora. El arte de la música, el arte de la magia, el arte de la caza, el arte del comercio, el arte de la guerra, el arte de amar y al fin el arte de morir… No obstante, deseo conocer el arte de vivir, difícil de aprender por los humanos. Dime, enigmática criatura, eso que me falta por conocer”. “El arte de olvidar”, respondió aquella.
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