La justicia es un valor universal, buscado por todas las culturas y sociedades humanas. Sin embargo, existen profundas diferencias entre la justicia de Dios y la justicia de los hombres.
Mientras la justicia humana es limitada, cambiante y muchas veces influenciada por intereses personales o estructuras sociales, la justicia de Dios es perfecta, inmutable y fundamentada en su santidad y amor. La justicia de los hombres, aunque necesaria para la convivencia social, está marcada por la imperfección.
Las leyes humanas son elaboradas por personas con limitaciones morales, intelectuales y espirituales.
Estas leyes, por lo tanto, pueden ser injustas o aplicadas de manera parcial. Un juez humano puede ser sobornado, engañado o simplemente equivocado.
Además, los estándares morales varían de una cultura a otra y cambian con el tiempo. En Juan 18:38, Pilato le pregunta a Jesús:“¿Qué es la verdad?”. Esta pregunta revela la confusión moral de la justicia humana.
Pilato, representante del sistema judicial romano, reconoce que Jesús es inocente (Juan 18:38; 19:4) y aun así lo entrega para ser crucificado por presión política. Esta es una muestra clara de cómo la justicia humana puede ser manipulada.
La justicia de Dios, en cambio, es absoluta. Él no solo conoce todas las acciones de los hombres, sino también sus intenciones y pensamientos. Dios no puede ser sobornado ni influenciado por favoritismos. Su justicia se basa en su carácter santo. “Porque Jehová es justo, y ama la justicia; el hombre recto mirará su rostro” (Salmo 11:7).
Otro pasaje esencial es Deuteronomio 32:4: “Él es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en él; es justo y recto”.
La justicia de Dios no está sujeta a cambios culturales ni temporales. Su justicia es eterna y perfecta porque emana de su propia esencia y naturaleza.
Una de las mayores manifestaciones de la justicia divina se da en la cruz del Calvario. Dios no ignoró el pecado de la humanidad, sino que lo castigó en la persona del Señor Jesucristo. A través de este acto, Dios muestra que es “justo, y que no pasa por encima de su palabra y que justifica a todas aquellas personas que deciden creer genuinamente en Jesús” (Romanos 3:26).
Es decir, Dios no pasa por alto el pecado, pero tampoco destruye al pecador sin ofrecerle redención.
En contraste con la justicia humana, que muchas veces castiga sin redimir, la justicia de Dios incluye un camino de restauración.
La justicia de los hombres se basa en evidencias visibles, testimonios y pruebas. Puede ser manipulada por mentiras o por falta de información.
Hay casos de personas inocentes condenadas o culpables que quedan libres. Pero Dios no se equivoca en su juicio. 1 Samuel 16:7 dice: “El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”.
Esta diferencia es fundamental. Dios juzga con conocimiento perfecto.
Imagina que tienes un reloj antiguo que se atrasa unos minutos cada hora. A simple vista, parece funcionar, pero al cabo de un día completo, ya marca una hora totalmente incorrecta. Este reloj representa la justicia humana: parece adecuada, pero siempre está desfasada, contaminada por errores e imperfecciones.
Ahora, imagina un reloj de lo último en tecnología, perfectamente calibrado, que nunca falla. Este es un símbolo de la justicia de Dios: precisa, inmutable y absolutamente confiable. La diferencia entre ambos no es solo de grado, sino de esencia, dado que todo lo que emana del trono de Dios es perfecto y bueno para la humanidad.
El creyente debe confiar en la justicia de Dios, incluso cuando la justicia humana falla. Esto no significa rechazar las leyes o desobedecer a las autoridades (Romanos 13:1-7), sino entender que la justicia humana es limitada y temporal, mientras que la divina es perfecta y eterna.También debemos practicar la justicia en nuestra vida cotidiana, imitando el carácter de Dios.
Miqueas 6:8 resume esta actitud: “Oh, hombre, él te ha declarado lo que es bueno; y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios”.
En suma, la justicia de Dios y la justicia de los hombres operan en niveles diferentes. Mientras una es perfecta, eterna y basada en la verdad absoluta, la otra es parcial, limitada y muchas veces errónea.
Como cristianos debemos vivir confiando en la justicia divina, buscando reflejarla en nuestras decisiones y relaciones.
Aunque el mundo falle, Dios nunca falla y su justicia es nuestra esperanza segura. Romanos 3:21- 23. “Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en El…”.
Abogado y teólogo