Líderes y movimientos a la deriva

Falta la gran explosión, el momento en el que se queden sin nadie a quien seguir. Ya se huele la tormenta en el aire, pero seguimos inmersos en nuestras propias rencillas. El momento de la libertad se acerca

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El gobierno ha intentado frenar las marchas en contra de sus políticas. Foto EDH / Jorge Reyes

Por Alonso Correa

2021-10-20 4:12:51

Estamos frente al choque de la estulticia y la realidad. Una época curiosa para los que somos espectadores del trágico hundimiento de todo un movimiento. Sus líderes extendieron demasiado los límites del imperio y ahora están tratando de contener una frontera porosa. Dementes que creyeron tener control sobre todo aquello y aquellos cuyos ojos se posasen. Han hecho y deshecho todo lo que creen que está en contra de sus intereses. Les ha dado igual la lógica, la congruencia y la moral. Virtudes sin valor.
Un tren descarrilado. Un avión sin motor aproximándose a una tormenta. La cruda realidad de los que aún mantienen la fe en teorías sin fundamentos. En hipótesis inciertas. Parafraseando a Orwell, y en vista de que su obra está volviendo al ojo público: en esta sociedad son siempre los jóvenes los que se tragan los eslóganes, los gritos, las ideas. Son los espías aficionados los que se salen de la regla.
Es esta lealtad tan enraizada en su subconsciente lo que hace que, por ejemplo, sea la porción más inmadura de España la que mejor calificación le otorgue a la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, mientras que el país es líder en desempleo juvenil con un 40% y con un desempleo general del 18%. Pero esas cifras son vacuas, olvidables, no representan nada para los seguidores de la miseria. Meros números que suben y bajan.
Estas situaciones se ven en todos los países. Pastores para los descerebrados convirtiendo sus promesas vacías en multiplicadores para sus cuentas bancarias. Alquimistas de las palabras que moldean la realidad en la cabeza de los que los escuchan. Convierten el barro en oro o eso es lo que hacen pensar a su seguidilla de ciegos. Flautistas de Hamelin en una comunidad de huérfanos. Les escuece carecer de poder, por eso se niegan a soltarlo y una vez que salen del trabajo público encuentra una mina de oro escondida detrás de sus contactos. Ellos lo tienen todo planeado, los próximos 10 años de su vida. Se mantiene dentro de su estrategia, a muchos les ha salido bien. Iglesias es ejemplo de esto. Son expertos en tener una respuesta para cada cuestión, una salida para cada posibilidad, menos para que los cachen. No tienen dentro de sus cabezas una eventualidad tan catastrófica como encontrarse envueltos en sus propias mentiras. Llevan años haciéndolo, ¿por qué fallaría el plan ahora?
Y es que la corta memoria del populacho es un arma de doble filo, ya que, de llegar a suceder esto, van a ser pocos los que recuerden las acciones positivas, de haber alguna, que estos personajes alguna vez hicieron. Y su séquito de fanáticos poco pueden hacer. No conocen la defensa, solo el ataque. Cuando ven el crepúsculo de las mieles de su fe, toman las calles al grito de “¡Democracia!”. Queman, roban, insultan y destruyen para apartar el foco de su queridísimo líder. Pero cada vez son menos, sus números están en descenso ya que han sido tan escandalosos los ridículos recientes que han logrado abrir una brecha en la venda de los ojos de muchos.
Pero los pocos que quedan son los más peligrosos. Los que, a pesar de todo, se mantienen atentos a las órdenes. Sin aprecio a la vida de los que no piensan como ellos. Son tan estúpidas las ideas, tan absurdos sus principios, que ni siquiera Schopenhauer podría sacarlos de la espiral de demencia que ronda sobre ellos.
Pero falta la gran explosión, el momento en el que se queden sin nadie a quien seguir. Ya se huele la tormenta en el aire, pero seguimos inmersos en nuestras propias rencillas. El momento de la libertad se acerca, pero para muchos es una pesadilla lovecraftiana en proceso.

*Escritor panameño.