Jesucristo en su época y sus seguidores en el mundo actual

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Michael van der Mark durante una competición de la categoría Superbikes. El piloto se quedó sin participación del Gran Premio de Italia debido a un sendo accidente en las prácticas libres. Foto/Superbikes

Por Rolando Siman

2019-06-22 6:32:08

El pueblo judío estaba subyugado por el Imperio romano y esperaba al Mesías para librarse de la opresión extranjera. Así nos lo relata su discípulo Cleofás, camino a Emaús, cuando se le aparece Jesús al tercer día de crucificado y le dice: “¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que desconoce lo que ha sucedido allí estos días? Jesús preguntó: ¿Qué cosa? Le contestaron: Lo de Jesús de Nazaret, que era un profeta poderoso ante Dios y ante todo el pueblo. Los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el liberador de Israel, pero ya hace tres días que sucedió todo esto”, Lucas 24: 17-21.

Pero Jesús no vino para liberar al pueblo de Israel del Imperio Romano. Lejos de esa idea, con sus propias palabras respetó la autoridad y mandó a todos a pagar el tributo al César: “Jesús les dijo: ¿Por qué me ponen a prueba? Tráiganme una moneda, que la vea. Se la llevaron y les preguntó: ¿De quién es esta imagen y esta inscripción? Le contestaron: Del César. Jesús replicó: Entonces den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, Mateo 22:15-17.

La población del Imperio romano, entonces no excedía los 120 millones, de los cuales 60 millones eran esclavos. Un esclavo era como un objeto. Era tratado peor que un enemigo y estaba sujeto a los caprichos de su amo. Sin embargo, hasta la fecha no tenemos ningún registro en el que Jesús haya condenado esta degradante e ignominiosa costumbre.
Porque Jesús vino a transformar al hombre, no vino a corregir el sistema social de su tiempo o a enseñarnos una doctrina para la superación económica. Somos sus seguidores los que, a través de practicar su evangelio y vivir según sus enseñanzas, vamos a transformar la sociedad.

Él nos dijo: “Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente. Pues yo les digo que no opongan resistencia al que les hace el mal. Antes bien, si uno te da una bofetada en tu mejilla derecha, ofrécele también la otra” Mateo 5:38.

Pero también nos dejó dos grandes mandamientos: “Amarás al señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el precepto más importante; pero el segundo es equivalente: Amarás al prójimo como a ti mismo”, Mateo 22: 37-39.

Sus primeros discípulos nos enseñaron cómo empezaron a transformar su sociedad viviendo de acuerdo con sus enseñanzas, preocupándose por el bienestar de la comunidad. “La multitud de los creyentes tenía una sola alma y un solo corazón. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo lo tenían en común”, Hechos 4:32.

Pablo, predicador del evangelio enseñó cómo tratar a los esclavos en su carta a Filemón instruyendo sobre Onésimo, su antiguo esclavo. En la misiva pide que lo trate como a su hijo, que no lo vea ya como esclavo sino como un hermano amado, según se lee en Filemón 1:10-16.

El mensaje de Jesucristo es el que deben predicar sus discípulos en el pulpito y no entrelazarlo con la situación política del país o promover tal o cual doctrina económica. Jesús nos enseñó a cómo vivir y de ninguna forma aprovecharnos del diezmo para el enriquecimiento personal.

Me pregunto cómo es posible que un país que lleva el nombre de El Salvador, con la mayoría de la población cristiana y que nos congregamos semanalmente en una iglesia a escuchar su palabra, tenga un nivel de pobreza del 34 % en los hogares. Debemos generar riqueza, crear empleos, tener seguridad social, educación, una sociedad justa, convertirnos en un país de oportunidades. Sí, necesitamos una economía pujante, pero un desarrollo económico que no sea inclusivo y que no eleve las condiciones de la población a una vida digna, no es desarrollo, no sirve.

Todo esto solo será posible si formamos una sociedad con valores y principios. Se dice, y con mucha razón, que cada país tiene el gobierno que se merece. Pero no podemos tener gobiernos honestos si practicamos una cultura de corrupción. Nos ufanamos de nuestra gente, los mejores trabajadores, pero le hemos fallado a nuestro pueblo que merece un futuro mejor y calidad de vida. Muchos otros, también le hemos fallado al Señor Jesús olvidando sus grandes mensajes, como este que ahora les comparto: “Ustedes son la sal de la tierra. Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá su sabor? Solo sirve para tirarla y que la pise la gente. Ustedes son la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad construida sobre un monte. Brille igualmente la luz de ustedes ante los hombres, de modo que cuando ellos vean sus buenas obras, glorifiquen al Padre de ustedes que está en el cielo”, Mateo 5: 13-14 y 5: 16.

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