Jacques Chirac: el Presidente que dijo no

Chirac fue un precursor de lo que no ha dejado de ser la política de Francia, y también de toda la Unión Europea.

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Paty Chapoy asegura que María Celesto tiene un pacto con Sara, la hija menor de José José. Foto EDH / Fotocaptura

Por François Bonet

2019-10-01 9:40:56

Jacques Chirac ha muerto. Fue el quinto Presidente de la Quinta República francesa. En Francia fue un presidente controvertido, como muchos, con tantos seguidores como detractores. Pero lo que probablemente la Historia recordará de él fue su visión internacional. Le tocó un cambio radical del escenario mundial, un doble cambio, por si uno no fuera suficiente. Primero la caída de la URSS con todas sus consecuencias: el fin de cincuenta años de enfrentamiento entre Oeste y Este, el advenimiento del unilateralismo, el desmoronamiento de la mística revolucionaria y más generalmente de las ideologías colectivas laicas. Segundo, la revelación plena de lo que venía gestándose desde hacía muchos años pero que apareció con toda su fuerza en aquella época, gracias al triunfo del liberalismo económico: esta ambigua mezcla de libre circulación de productos, de capitales, de ideas y de modas, de liberación y de homogeneización, que llamamos globalización. En otras palabras, a Jacques Chirac lo tocó un viraje histórico, como raramente ocurre, y supo responder.

Probablemente el recuerdo que la Historia conservará de él fue su capacidad de decir no.
El ya famoso discurso del ministro de Relaciones Exteriores de J. Chirac en el Consejo de seguridad de la ONU, el 14 de febrero del 2003, cuando Francia rechazó la intervención militar aliada en Irak, no fue un momento repentino de inspiración, ni un golpe de efecto. Fue la culminación de una política exterior que venía gestándose desde hacía años, y que de hecho trascendía el solo Jacques Chirac: una mezcla sui generis de gaullismo y de multilateralismo, de defensa intransigente de la soberanía nacional y de compromiso activo a favor de las instituciones internacionales, que ha dado desde entonces su impronta a la política exterior francesa. Aunque el NO a la guerra en Irak le valió a Francia varios años de rencor por parte de Estados Unidos, esta decisión no era dirigida contra nuestro aliado histórico, al cual Francia, Europa y todo el mundo libre tanto le debe. Este NO no era contra Washington, sino contra una concepción del mundo basada en el triunfo de la mera fuerza, desencadenada por el debilitamiento del derecho y de las instituciones internacionales, así como la desregulación de los mercados. El proyecto de Chirac, que sigue siendo el de Francia y de toda la Unión Europea, era el de responder al unilateralismo con el multilateralismo, y a la fuerza con las normas.

Sin embargo, Chirac no era un idealista, sino un pragmático, dentro como fuera de Francia. Había criticado sin pelos en la lengua la impotencia de la ONU durante la guerra de los Balcanes, cuando los Cascos azules —y entre ellos 174 franceses— fueron vergonzosamente tomados de rehenes por los serbios, lo que él llamó sin tapujos “la impotencia un poco congénita” de las Naciones Unidas. Pero él que venía, por la herencia política de De Gaulle, de una tradición de escepticismo hacia toda forma de supranacionalismo (De Gaulle llamaba la ONU “le machin”, el chisme), luchó para reforzar las Naciones Unidas lanzando, por ejemplo, junto con el británico John Major la idea de una fuerza de reacción rápida para proteger las tropas de la ONU. Abogó por la reforma de la ONU a través de la ampliación del Consejo de Seguridad, para darle más legitimidad. Y sobre todo luchó para dar más poder y más competencia al derecho internacional, extendiéndolo a nuevos campos. Contra la homogeneización cultural que provoca la globalización, batalló para que se reconociera la excepción cultural, o sea para que “la cultura no cediera frente al comercio”. Se manifestó a favor de una convención mundial sobre la diversidad cultural, que fue finalmente adoptada por la UNESCO en el 2005. Contra la explosión de las desigualdades generada por una globalización financiera y mercantil no regulada, promovió, con Brasil y Chile un impuesto mundial para luchar contra la pobreza y nuevas fuentes de financiación del combate contra el Sida (con la tasa sobre los pasajes de avión). Contra la degradación del medio ambiente producida por el consumo globalizado desfrenado, defendió con ardor el Protocolo de Kyoto y abogó, frente a la Asamblea general de las Naciones Unidas en septiembre del 2003, por la creación de una Organización de las Naciones Unidas por el Medio Ambiente.

No todos estos combates fueron exitosos: la guerra en Irak tuvo lugar, con todas sus consecuencias; las desigualdades han crecido más; no existe todavía, a pesar del Acuerdo de París, una organización mundial del medio ambiente. Pero precisamente porque estos desafíos siguen siendo vigentes, hay que seguir luchando. En este sentido Chirac fue un precursor de lo que no ha dejado de ser la política de Francia, y también de toda la Unión Europea.

Le agradecemos a Jacques Chirac ofrecernos la oportunidad de recordar estos desafíos y que la única forma de responder a ellos es la solidaridad internacional y no la confrontación de los egoísmos, el derecho y no la fuerza.

Embajador de Francia en El Salvador