El camino a la destrucción del país

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Manuel Hinds / Foto Por Archivo

Por Manuel Hinds

2021-02-03 6:51:06

Este es el último de una serie de artículos que escribí para mostrar la falsedad de las declaraciones del presidente en las que dijo que la guerra de los ochenta había sido una farsa y que los Acuerdos de Paz no habían generado ningún beneficio para el país. En la serie, los datos han mostrado un marcado contraste entre los éxitos que se lograron después de los Acuerdos y los fracasos que ha tenido este gobierno desde que tomó el poder. Todos esos fracasos parecieran evidenciar una incompetencia fatal en el presidente que va a llevar al país a un caos en poco tiempo.
Ciertamente que esta incompetencia existe, y que es suficiente para llevarnos al caos. Pero es posible detectar un método en este caos, el método de un caudillo que tiene un solo propósito: concentrar todo el poder en sí mismo para establecer una larga y absoluta tiranía. Sólo lo que contribuya a este propósito tiene importancia para él. Así, su descuido en el tratamiento del COVID-19 se explica no sólo por ineptitud sino también porque el bienestar de los infectados no es importante para el logro de su objetivo de poder. En contraste, la destrucción de empresas asociadas con potenciales opositores sí es parte de una estrategia clara para debilitarlos e intimidar a todos los otros empresarios. Que eso, por supuesto, redunde en menor producción y empleo, y en más hambre, no parece ser algo que le preocupe al presidente. Más bien, ha creado las condiciones para usar los fondos nacionales para hacer campaña regalándoles en su nombre personal comida a los desempleados. Igual justificación tienen para él la violación continua de la Constitución y los derechos ciudadanos, y el esfuerzo continuo para eliminar los pesos y contrapesos de las instituciones democráticas.
Por supuesto, ya para este momento él debe de estar consciente de que las caídas en la producción, las exportaciones y el empleo, y el aumento en la deuda pública, son insostenibles y que en algún momento una crisis le va a explotar. Pero en el fondo, si hay crisis o no hay crisis no parece importarle si es que estos eventos no son obstáculos en su ruta hacia el poder absoluto. Lo importante para él parece ser que la crisis venga cuando ya tenga asegurado el poder de las armas, para así reprimir cualquier protesta.
Porque el logro de este propósito fundamental requiere obtener un objetivo accesorio: cambiar la fuente del poder presidencial, de las instituciones democráticas que apoyaron su elección, a la fuerza bruta de las armas, que fue la fuente tradicional en el país hasta los Acuerdos de Paz. Para hacer esto, el presidente está destruyendo las instituciones democráticas, denigrándolas en su lenguaje y violándolas en sus acciones, mientras empodera a las Fuerzas Armadas y la Policía para que se sientan confiadas de que el poder reside en ellos y que por tanto no tienen que respetar las instituciones democráticas ni a la población. En el fondo, lo que busca es ser él la fuente de todo poder en el país, y basar ese poder no en instituciones sino en odios y en la violencia generada por éstos, que él parece creer que siempre controlará. Pero el intento del presidente de sustituir los Acuerdos de Paz con inyecciones de odio como base para su gobierno está ya comenzando a llevar al país a tempestades que, si se dejan progresar, él no podrá ignorar ni controlar.
De hecho, la historia ha siempre apartado muy rápidamente a los aprendices de mago que han desatado estas tormentas.
Pero la tormenta no es inevitable. El terrible asesinato de los partidarios del FMLN que regresaban de una concentración partidaria ha recordado a la población los horrores de la guerra, y las consecuencias de los odios inyectados, y particularmente la justificación que los que portan armas sienten al matar a los que sus líderes tratan verbalmente como animales a los que es bueno matar. La masacre de El Mozote, que el presidente ridiculizó al mismo tiempo que a los Acuerdos de Paz, prefigura muy claramente lo que pasó el domingo, personas buscando la cama del camión donde viajaban hasta niños para asesinarlos a sangre fría, sintiéndose resguardados por un puesto en el gobierno y las armas y la prepotencia que éste les da. La diferencia en número no debe oscurecer la naturaleza del crimen. No debe de oscurecer tampoco lo que la hizo posible: la perversa idea de que esos seres que los criminales estaban matando no eran humanos sino monstruos que no merecían vivir, sino más bien, como dijo el presidente en una reunión del BID en este país, ser quemados en la plaza pública.
Es obligación del pueblo asegurarse de que el sacrificio de las victimas de ese ataque y sus familiares y amigos no haya sido en vano. Lo que la guerra y los Acuerdos de Paz enseñaron es que las armas para evitar estas tragedias no son odios ni fusiles ni cañones, sino los votos y las instituciones democráticas, que son las cosas que el presidente quiere eliminar. Esta tragedia debe impulsar a la población a votar y asegurarse así de que el presidente no lleve al país al caos de odios y rencillas que llevó a la tragedia de la guerra que él tanto denigra.
Este es el mensaje que resume esta serie de notas sobre los Acuerdos de Paz y los fracasos del presidente actual, que quiere sustituir dichos acuerdos con su voluntad arbitraria como base de la gobernabilidad del país. Es muy triste que los asesinatos del domingo hayan proveído el ejemplo más claro de que seguir al presidente en esta sustitución llevaría a la destrucción de El Salvador.

Máster en Economía

Northwestern University