El FMLN y la democracia

el Frente amenazó con romper la institucionalidad, fustigó a los medios de comunicación, estigmatizó a la empresa privada como “explotadora” y unió su voz a las del socialismo del siglo XXI para censurar al “imperio”, en referencia a los Estados Unidos de América. Sin embargo, la dirigencia del FMLN no presentó un tan solo proyecto de ley para modificar la forma de Gobierno

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La comunidad catolica de San Miguel participó en en la procesión y misa para destinadas para rogar al Santísimo por la propagación del coronavirus. Foto EDH / Iliana Ávila

Por Luis Mario Rodríguez

2020-03-04 4:56:59

La gobernabilidad y el desarrollo no son incompatibles con la democracia y con los principios que la protegen. Quien cree lo contrario, y mira a las instituciones como un obstáculo, termina rechazando la división de poderes e impone un estilo autoritario que tarde o temprano afecta a la población.
Sí, el Frente amenazó con romper la institucionalidad, fustigó a los medios de comunicación, estigmatizó a la empresa privada como “explotadora” y unió su voz a las del socialismo del siglo XXI para censurar al “imperio”, en referencia a los Estados Unidos de América. Sin embargo, la dirigencia del FMLN no presentó un tan solo proyecto de ley para modificar la forma de Gobierno. Nunca habló de reelección presidencial, participó en las elecciones y ganó la presidencia en dos ocasiones. Desde la Asamblea hizo una fuerte oposición al entonces partido de Gobierno y supo pactar cuando fue preciso.
Ciertamente el FMLN amenazó con destituir a los integrantes de la Sala de lo Constitucional. Respaldó la creación de comisiones ad hoc para revisar su proceso de elección, mantuvo su apoyo al Decreto Legislativo 743 que pretendió establecer la unanimidad de los miembros de la Sala para acordar inconstitucionalidades, y fue cómplice de designaciones amañadas de magistrados que violentaban la regla constitucional que establecía que a “una legislatura le correspondía una magistratura”.
La sociedad civil reclamó con severidad este tipo de atropellos a la institucionalidad. Las organizaciones señalaron en repetidas ocasiones la intención del partido de izquierda de controlar a la Sala de lo Constitucional. Cuando fue necesario, los líderes civiles interpusieron demandas orientadas a frenar cualquier intento que buscara desmantelar a la máxime intérprete de la Constitución de la República.
El FMLN ratificó, cada vez que pudo, su vocación revolucionaria. Durante su primer congreso, en 2015, nos recordó que su objetivo era alcanzar y profundizar la hegemonía política, ideológica, económica-social y cultural. Quería hacerlo a nivel nacional, en las instituciones públicas y en el conjunto del sistema político. Una de las conclusiones de aquel cónclave advertía que compartir la conducción del Estado con el resto de fuerzas políticas no era una opción. Según sus ideólogos, el FMLN quería comandar, solo, el futuro de los ciudadanos y para lograrlo, pedía a su militancia emplear todos los métodos para destruir a “la oligarquía y a sus cómplices”.
Al revisar el apartado sobre el “compromiso del presidente con la democracia” en el documento “El Salvador. Año Político”, publicado por 10 años consecutivos por el Departamento de Estudios Políticos de FUSADES, nos encontramos con un partido que, si bien reivindicó constantemente su ideario socialista con una mezcla de marxismo–leninismo, no concretó, durante los dos quinquenios al frente del Ejecutivo, ninguna acción que ocasionara la ruptura del orden constitucional. Lo intentó, en efecto. Y el sistema de frenos y contrapesos se lo impidieron. El FMLN se sometió a las instituciones de control. Entre 2010 y 2018, la Sala de lo Constitucional detuvo varias de sus iniciativas. Estos fallos hicieron reaccionar a los expresidentes Funes y Sánchez Cerén con diatribas en contra de los magistrados. Con todo y lo anterior, no se sobrepasaron los límites. Se cumplieron las sentencias y prevaleció el Estado de derecho.
El partido de izquierda fue muy ineficaz en la administración pública. Hizo poco por desburocratizar al Estado y por disminuir la tramitología. Dialogó mucho y concretó muy poco. Pero la improductividad de su período no los animó a fracturar el sistema democrático. El énfasis de sus reclamos, que durante los primeros cinco años de Gobierno se dirigió principalmente en contra de los empresarios, no se tradujo en iniciativas que violentaran la Constitución. Agitaron el ambiente, lo crisparon al no condenar al régimen venezolano por graves violaciones a los derechos humanos ni a los Ortega–Murillo ante la represión que padecieron sus adversarios políticos. Pero al final, no rebasaron las reglas; gobernaron dentro de los márgenes constitucionales y mantuvieron las formas y el diálogo político.
Los hechos nos presentan un partido que generó muchas ansiedades antes de su llegada al poder, en 2009. Se especuló sobre su determinación de revertir la dolarización, las privatizaciones y los acuerdos comerciales. Su predilección por las iniciativas totalitaristas de los mandatarios del ALBA, que refundaron sus respectivos Estados, aprobaron nuevas Constituciones, empujaron la reelección indefinida de los presidentes y abusaron de las consultas populares para concentrar poder, provocó una histeria colectiva que finalmente no derivó en ninguno de los atropellos pronosticados.
Ya sea por convicción, por cálculo político o por las barreras que protegen a la democracia, desde la Constitución y por parte de la sociedad civil, lo cierto es que el FMLN supo jugar en democracia, donde creció en diputados y en alcaldías hasta ganar la primera magistratura.

Doctor en Derecho y politólogo