La propuesta reciente de Donald Trump de pagar $1,000 y el pasaje de avión a cada migrante indocumentado que decida auto-deportarse mediante una aplicación llamada CBP HOME no es un gesto de solidaridad. Es, más bien, una jugada pragmática, simbólica y profundamente deshumanizante.
Trump ha prometido deportar a un millón de personas en su primer año, pero no tiene ni el dinero ni la infraestructura para hacerlo. Cada deportación cuesta unos $17,000 al gobierno de EE.UU., y se necesitan 100,000 camas para detener a esa cantidad de personas. Hoy solo existen unas 50,000. Su promesa no es realista, y esta medida no busca resolver nada de fondo: solo reducir costos, mostrar mano dura y mantener viva la narrativa de que los migrantes son una amenaza.
Como salvadoreño, como hijo de la migración y como alguien que ha trabajado toda su vida al lado de personas desplazadas, esta propuesta me indigna. Muchos de los migrantes que hoy están en EE.UU. huyeron de la pobreza, de la violencia, de la persecución. Han trabajado años, construido hogares, criado hijos, pagado impuestos y aportado a una sociedad que muchas veces les ha dado la espalda. ¿Ahora se les ofrece dinero para que se vayan “voluntariamente”? ¿Con qué dignidad?
El mensaje de fondo es brutal: “Eres un costo. Te pagamos para que desaparezcas.” Y detrás de eso hay miedo, persecución y una criminalización sistemática. Ser indocumentado no es un crimen. Cruzar una frontera por necesidad, por sobrevivencia, no debería condenar a nadie a la vergüenza ni al destierro.
El riesgo es doble: primero, que muchos migrantes sean presionados a aceptar esta salida por miedo, sin entender las consecuencias legales de una auto-deportación. Y segundo, que al regresar a países como el nuestro, lo hagan sin nada: sin planificación, sin apoyo, sin redes, y con la carga emocional de sentirse expulsados.
Preocupa profundamente lo que esto significa para nuestras comunidades. Cada persona que regresa forzadamente lo hace con heridas invisibles. Y si no hay un plan real de reintegración, lo que habrá es más pobreza, más frustración, más familias rotas.
Esta propuesta no es una solución. Es un síntoma de una política migratoria sin alma. Una que ve cuerpos, no historias; que habla de números, no de personas.
Desde aquí, desde El Salvador, alcemos voz por quienes no pueden hablar sin temor. La migración no se resuelve con cheques ni con aviones. Se resuelve con dignidad, justicia y compromiso regional. Y, sobre todo, con humanidad.
AAMES director Asociación Agenda Migrante El Salvador