En 1902 el Hospital Rosales era un edificio majestuoso que se divisaba desde cinco o seis cuadras a la redonda, la vista no era completa porque los abundantes arboles de la zona lo ocultaban en parte. Ubicado en el extremo poniente de la Calle del Hospital que después cambió a Calle Arce, formaba parte del paisaje de la capital.
Al ascender por las amplias gradas del frente había una verja de varillas de hierro que le daban un aspecto señorial, en la parte central un enorme portón de dos hojas de color gris verdoso. Luego un bello jardín florido y a cada lado la torre norte y la torre sur. En el centro del jardín un imponente monumento y busto del filántropo Don José Rosales.
De una sola planta y desarrollo horizontal que se extendía hacia el poniente, tenía el típico diseño en H muy en boga en el siglo XIX. Al penetrar seguía un pequeño patio utilizado como pasillo y más adentro, otro patio más grande rodeado de habitaciones destinadas al internamiento de pacientes privados que por la época los llamaban “pensionados”. Continuaba un sector trasversal que unía los dos grandes brazos de la H que contenía algunas dependencias administrativas, el laboratorio clínico y el gabinete de radiodiagnóstico. Más adelante una acogedora capilla con capacidad para unas treinta personas, un capellán residente que oficiaba misa los domingos y además daba asistencia espiritual a los enfermos que lo requerían.
Al poniente de la capilla un amplio corredor que se extendía de norte a sur y limitaba al norte con el extremo del corredor norte y el 6° Servicio de Cirugía Mujeres, al oriente con el jardín central y capilla, al sur con el extremo del corredor sur y Centro Quirúrgico y al poniente con la cocina, comedores del personal, panadería, tortillería, mantenimiento y conexos.
A partir de las dos torres al frente del edificio, extendiéndose de este a oeste dos largos corredores como de unos cien metros cada uno bordeados de pabellones o servicios como también eran llamados. Los correspondientes al corredor norte era asignados a pacientes mujeres y los del corredor sur, a pacientes hombres. Cada pabellón funcionaba como un módulo de hospitalización y los corredores destinados a la circulación del personal y visitantes de los hospitalizados.
Cada pabellón o servicio tenía una capacidad de unas treinta camas y en caso de necesidad ubicaban de cuatro a cinco camillas en el espacio central, a veces había un pizarrón y varias sillas destinadas a los estudiantes. El total de camas era de unas 400 al principio, pero con los años llegaron a sobrepasar las 700. Al no más entrar al pabellón, a un lado, se ubicaba la Estación de Enfermeras con su área de trabajo y un escritorio, como todo el conjunto era abierto, desde su escritorio la enfermera de turno tenia control visual de todos los pacientes encamados.
Cada pabellón tenía un techo alto que favorecía la circulación del aire y la ventilación e iluminación eran naturales lo que se lograba con grandes ventanales. No había cortinas ni biombos entre las camas, todo era abierto. Tampoco existían camas para enfermos aislados. Al fondo los baños, servicios sanitarios, espacios para la ropa sucia, desechos, etc. Entre un pabellón y otro existían amplios espacios cultivados de plantas ornamentales y frondosos árboles de mamey, cuyos frutos cuando maduraban se desprendían y caían haciendo un ruido característico. La norma no escrita se cumplía a cabalidad, mamey que caía pertenecía al que lo recogía.
Al final del terreno en el extremo poniente sobre una loma y bajo una centenaria ceiba funcionaba la morgue, aislada, silenciosa y lúgubre. Conectaba con el resto del hospital por un puente angosto de hierro y cemento, bajo este había una hondonada rustica que se prologaba con la cancha de basquetbol. Era frecuente que en este lugar próximo al rastro, permanecía una res amarrada esperando el día para ser sacrificada.
El envío del nosocomio prefabricado de Bélgica a El Salvador fue incompleto; se decía que buena parte de las planchas de hierro y vigas se envió equivocadamente al Perú. Lo cierto fue que para evitar mayores contratiempos se decidió construir lo que faltaba para completar el proyecto. Por cierto, en las nuevas instalaciones se emplearon materiales diferentes y los diseños no necesariamente fueron concordantes con los originales lo que dio por resultado un mosaico de formas y estilos. Entre otras las construcciones que se agregaron fueron Emergencia, Casa de Médicos, Centro Quirúrgico y sus apoyos y los tres pabellones Maternidad, Pediatría y Dermatología. Este último era conocido por “La Cuadra” resabio de los primeros tiempos cuando algunos médicos llegaban a caballo y los amarraban en este lugar, después llegaron en vehículos automotores que estacionaban en el mismo sitio.
Si tomamos en cuenta que en las primeras décadas del siglo XX las ciencias médicas en general eran escasamente desarrolladas, ello se reflejaba en los equipos, medicamentos disponibles y procedimientos médicos, la parte positiva era la entrega, dedicación y enorme espíritu de servicio de los galenos quienes hacían mucho con lo poco que disponían. Por esos tiempos los grandes maestros, algunos procedentes de Francia, laboraban solo por la mañana de ahí que a partir del mediodía, el funcionamiento de todo el nosocomio recaía en pocos médicos residentes y varios estudiantes de Medicina de los últimos años. Si bien con la abundancia de enfermos se aprendía más, la carga de trabajo y sobre todo la responsabilidad que asumían, era evidentemente desproporcionada.
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