La quinta columna

La Resistencia, los grandes líderes aliados y los miles de soldados franceses, belgas, holandeses y polacos que trabajaron por conseguir la liberación del continente son el ejemplo que debe permear en esta nueva guerra

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Foto EDH/ Jonatan Funes

Por Alonso Correa

2021-12-20 4:27:06

La invasión alemana a Francia en la primavera de 1940 demostró, entre muchas otras cosas, la importancia de la moral en un ejército. La rapidez del avance teutón en tierras galas destrozó la idea de resistencia que tenía el desfasado contingente francés. Pero, la verdad es que la mecanización, adiestramiento, profesionalismo y estrategia de la Wehrmacht, además de paupérrimas, fueron puntos críticos mucho menos importantes que el naufragio de la fortaleza mental aliada. El Estado Mayor galo, la base de la jerarquía militar y todos los colaboradores de la defensa de la tierra del champán sufrieron más por culpa de sus mentes que por las acciones de los invasores. Las columnas de tanques alemanes recorrían kilómetros sin ningún tipo de resistencia, viajando a través de paisajes interminables de la campiña franca salpicados con automóviles, carrozas y carrocería humeante abandonados por el pavor y la incertidumbre. Cuando, por casualidad, se encontraban con parches de desinformados, no tardaban en terminar el tiroteo y salir con las manos en alto. Una triste conclusión para el ejército con más victorias de la historia.
Pero no fueron las conquistas de Sedán, la llegada a la costa o la retirada británica lo que hizo sucumbir al gobierno de Reynaud, sino algo previo a todo esto. Lo que hizo añicos años de preparación defensiva fue la propia imaginación gabacha. Solo el pensamiento de una nueva columna, una quinta, hizo que las ganas de pelear, de defender todo aquello que ellos denominaban suyo, se desvaneciera. Una punta de lanza invisible y etérea creó un fuerte martillo que demolió los pilares del ímpetu francés, cercenando el ánimo de los generales y altos cargos que ya veían una derrota que aún no se solidificaba.
Algo similar está sucediendo en nuestros tiempos. Multitudes enteras que, por dejarse llevar por sus pensamientos más oscuros, permiten ganar al miedo para no enfrentarse a él. Negándose a hacerle frente a los inconvenientes para seguir viviendo en la burbuja de sus sueños. Atemorizados del propio pánico.
Y es que a día de hoy, y por fortuna, no es un ejército extranjero el que causa la desmoralización de la sociedad, sino una plaga de males que han venido todos de golpe. La pandemia, la crisis económica, la inflación, la escalada de la violencia y la ebullición de la vida en comunidad han sido el caldo de cultivo de una invasión de pensamientos pesimistas. La rendición de las ganas de luchar. La derrota del optimismo.
El problema recae en lo cómodos que se están poniendo algunos en el fango de la miseria. Aprendieron a vivir aterrados del vivir; saborearon la soledad, la incertidumbre y el pesar y les gustó. Le regalaron la alegría a sus fantasías y les parece bien eso. Ahora, adictos a la tristeza, no quieren salir de su reclusión. Viven en la Francia de Vichy y son felices. Aman a sus opresores imaginarios, los aman porque ahora son parte de ellos, se han vuelto una pieza fundamental de la idiosincrasia de los derrotados.
Pero, y es aquí donde nace el loto, se necesita también recordar el esfuerzo inmenso que realizaron los miles de personas que le negaron el triunfo a los alemanes. La convicción de una victoria permitió mantener viva la llama de la libertad. La Resistencia, los grandes líderes aliados y los miles de soldados franceses, belgas, holandeses y polacos que trabajaron por conseguir la liberación del continente son el ejemplo que debe permear en esta nueva guerra. No se le puede abrir las puertas del corazón a la tristeza y dejarle campar a sus anchas por nuestra alma. Se necesita salir del pantano mental y enfrentarse a la batalla. [FIRMAS PRESS]

*Escritor panameño.