Juan Pablo Duarte, Padre de la República Dominicana

Por su inmenso amor a nuestro país y su generosidad, la fortuna que heredó de su padre, la entregó a la Patria, y vivió en pobreza exiliado en Venezuela.

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El futbolista brasileño retirado Ronaldinho llega a la Fiscalía de Asunción para declarar después de su entrada irregular al país, en Asunción, Paraguay, el 5 de marzo de 2020. Foto AFP / Norberto Duarte

Por Fernando Pérez Memén

2020-03-06 7:11:53

Marco Tulio Cicerón en su libro De los oficios o de los deberes considera que lo que hace a una persona grande son las siguientes virtudes: la prudencia, la justicia y la templanza. Juan Pablo Duarte, el fundador de la República Dominicana, poseyó estas virtudes, mas él atesoró en su personalidad otras virtudes excelsas, entre otras, la generosidad, la valentía, que en los tiempo heroicos de la antigua Grecia era la principal virtud y el patriotismo, al que el poeta latino Horacio en sus Odas le dota de suprema dignidad y de grandioso decoro, cuando escribió: “Dulce et decoro, es pro patri mori”, “dulce y decoroso es morir por la patria”.
Hablar de Duarte es hablar de vocación de dominicanidad, como certeramente lo conceptuó el obispo Monseñor Roque Adames Rodríguez. Esa vocación de dominicanidad se reveló muy joven cuando el capitán del barco en el que iba a Estados Unidos y luego a Europa, enviado por su padre Juan José Duarte a estudiar, le ofendió al decir que él no podía llamarse dominicano pues no tenía patria, porque Santo Domingo estaba bajo el dominio de los haitianos.
Como reacción a esta circunstancia, en Duarte afloró su esencia de dominicano, sobre la toma de conciencia de su vocación dominicanista, su hermana Rosa Duarte, su primera biógrafa, nos comunica el resultado de ese momento estelar en la vida del eximio prócer y su determinación patriótica: “Juré en mi corazón no pensar ni ocuparme sino en procurar los medios para probarle al mundo entero que teníamos un nombre propio, dominicano y que éramos dignos de llevarlo”.
Así su vida, sus ideas, su mentalidad son manifestaciones de su profundo amor a la patria y su impostergable deber y compromiso para elevarla al concierto de naciones libres del mundo.
Hablar de Duarte es hablar de patria, de pasión ardorosa por la libertad, de una liturgia de los derechos humanos, de la soberanía y autodeterminación del pueblo, de la vida como proyecto al servicio de ideales de alto humanitarismo, y, en rigor, de redención patria.
Pero también es hablar de un pensador coherente y sistemático, de un filósofo constitucional de ideas claras y distintas, como quería René Descartes, en su discurso del método, de nobles e innovadoras ideas, de ideas liberadoras de ataduras y presiones estructurales sociales, políticas y mentales.
Su pensamiento y su accionar político estuvieron integrados a su concepción de la política.
Oigamos sus palabras: “La política no es una especulación, es la ciencia más pura después de la filosofía para ocupar las inteligencias nobles”. Él fue un modelo de esta concepción de la política. El padre González Regalado, que le conoció muy bien, dijo de él que es: “El más puro y devoto de pensamientos de los libertadores de América”, y subrayó: “Él es inmaculado”. Y Francisco Del Rosario Sánchez, su compañero de lucha por la independencia, le decía: “Mi Jesús nazareno”. Por su parte, Félix María Del Monte, su amigo y compañero de la sociedad patriótica La Trinitaria, lo conceptuaba como un “genio filosófico y un tanto concentrado”. El 31 de mayo de 1844, la oficialidad del ejército de Santo Domingo valoró la personalidad de Duarte afirmando su proceridad: “Que ha sufrido mucho por la patria y cuyo nombre fue invocado inmediatamente después de los nombres de Dios, Patria y Libertad”.
En las palabras del comandante al pueblo para pedir a Duarte aceptar la presidencia de la República el 4 de julio de 1844, se fijó el perfil de Duarte: “Ciudadano integérrimo, de excelsa virtud republicana, sin odios, ni venganzas, incapaz del mal”.
Hombre generoso, y sin ambiciones de poder aclamado para la presidencia de la República en La Vega, Santiago y Puerto Plata, por su profunda convicción democrática rechazó la petición, porque creía que sólo mediante elecciones libres, y no de manera tumultuaria y por la fuerza, era que debía ascender al solio presidencial.
El arzobispo Tomás de Portes e Infante fue el primero que valoró y conceptuó, muy justicieramente a Duarte; cuando lo recibió frente a una multitud en el Puerto de Santo Domingo, al regreso del exilio, ya realizada la Independencia, el 15 de marzo de 1844, al saludarlo con estas palabras: “¡Salve al Padre de la Patria!”
Por su inmenso amor a nuestro país y su generosidad, la fortuna que heredó de su padre, la entregó a la Patria, y vivió en pobreza exiliado en Venezuela. Su amigo y discípulo Juan Isidro Pérez de la referida sociedad patriótica la Trinitaria, fundada por el distinguido prócer como instrumento de liberación, le escribió con impresionante elocuencia y visión profética:
“Dime Juan Pablo si tú no te estás muriendo de hambre… algún día la historia dirá que tú fuiste el mentor de la juventud y el Padre de la Patria”.

Embajador de República Dominicana en El Salvador.