Los Acuerdos de Paz y el Sol de Praga

La generación que le precede al gobierno actual necesita hablar. Déjennos contar las historias que hemos escondido por años. Investiguen las cosas sin odios políticos porque, si le preguntan a cualquiera de mi generación les dirá que nuestro mayor miedo es otra guerra.

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Mario Vega, líder de la Iglesia Elim. Foto EDH / Jonatan Funes

Por Carmen Marón

2022-01-15 4:05:47

Durante esta pandemia le he dado vueltas a encuentros, que, en el momento parecían tan fortuitos, pero que eran lecciones de vida. En este aniversario de los Acuerdos de Paz se está cuestionando si los mismos valen algo o no. Creo que la respuesta es la siguiente: los Acuerdos de Paz valen, no por los partidos políticos que hayan firmado o no firmado, no porque se actuó bien o mal en 30 años, sino porque para toda una generación que vivió la guerra significaron el fin de un horror. La guerra marca a todos de diferentes maneras, pero la sufren tanto ricos como pobres porque las muertes y pérdidas y dolor no respetan clases sociales. Y no siempre el que era “pudiente” era de derecha y el “pobre” de izquierda.

La semana pasada reseñé mi viaje a Praga, hecho en aquellos felices años en que uno era joven, hija de dominio y podía mochilear. En esos dorados tiempos pre euro, un guía privado, descubrí, costaba menos que un tour. Así que me reuní con -le llamaremos- Víctor, en el centro de Praga y juntos caminamos las callejuelas de la Ciudad Vieja, la Ciudad Nueva (que no es nueva) y el Barrio Judío. Víctor tenía unos 50 años. Me parecía entonces que todo en Praga era viejo.

Víctor me llevó a una iglesia/palacio conocida como “El Loreto de Praga” y me mostró uno de los tesoros más grandes de la República Checa: el Sol de Praga: una custodia enorme incrustada de diamantes. Siendo evangélica entonces, pregunté para qué servía y me explicó que, en circulito de vidrio de enmedio se ponía la hostia...Me contó otras cuantas cosas y yo le dije: “Usted se nota que sabe mucho del tema”.

Entonces aquel hombre comenzó a hablar. Él había nacido durante la Segunda Guerra Mundial. Su madre y su abuela eran católicas devotas, tanto así que cuando el gobierno comunista comenzó a perseguir a la Iglesia y mando a miles de religiosos a campos de reeducación, ellas recibían a sacerdotes y tenían misas clandestinas. Pero un día, en 1950, su madre y su abuela fueron arrestadas.Alguien las había delatado. Él vivió con su padre hasta que su madre regresó, dos años después. Su abuela murió. Su madre siguió inculcándole el catolicismo, pero no se lo podía contar a nadie,ni a su padre.

“¿Ni a su padre?”, le pregunté. Víctor volvió a ver a la custodia. “Sabe”, me dijo, “lo de mi madre y mi abuela nunca se mencionó en casa. Aun cuando las cosas mejoraron, en 1968, mi madre nunca contó nada, ni regresó a la Iglesia. Hace dos años (año 1999) se nos permitió ver los archivos del gobierno comunista para ver quién había delatado a nuestros parientes...”, dijo sacudiendo la cabeza. “Hubo muchos suicidios. Uno pensaría que quien delató era el policía o el vecino. Pero lo más común fue el esposo o el hijo. En mi caso, fue mi padre. Por eso mi madre nunca lo dejó”.
Me quedé con la boca abierta. “¿Pero, cómo vive con eso?”, le pregunté.

“ Mire”, me dijo, “me es difícil perdonar a mi padre. Pero prefiero saber quién fue. Es la única manera en que voy a poder vivir mi vida en paz”.

Víctor me hablaba, en aquel 2001, de situaciones que habían ocurrido 40 años atrás. Muchos de nosotros, de la generación de la guerra estamos, finalmente, hablando. Muchos de nosotros nunca pertenecimos a ninguno de los dos partidos políticos. Cuando preguntan: “¿Y por qué no se quejaron entonces?” se los resumo así: los primeros años, porque estábamos jóvenes y queríamos olvidar. Más adelante, al menos en mi caso, nunca callé, pero, aunque lo dijera de mil maneras, nadie me quería escuchar. Cuando veo mis estatus de Facebook que salen en recuerdos del 2007 y 2008, yo ya estaba diciendo que era necesario que se buscara la verdad. Y, muchos de mis alumnos, afines o no al gobierno actual, saben que en colegios bilingües privados en los 90 yo ya manejaba este discurso. No, señores, no es que no hayamos hablado. Es que se nos calló, se nos invisibilizó, se nos criticó y se nos vio como malos. Y ha tomado el perder el Estado de derecho en El Salvador para que muchos se den cuenta cómo desperdiciaron 30 años por ambición.
Yo quiero que mi país viva en paz. Pero, cuando vi que habían quitado los pájaros del Monumento de la Reconciliación, me dolió, porque están negando todas mis experiencias de guerra -míos y de toda una generación de salvadoreños: los que perdieron seres queridos y nunca los encontraron, los lisiados (¿cuánto vale el perder una mano o un pie), los niños separados de sus familias y enviados al extranjero, los sobrevivientes de El Mozote y El Sumpul. La familia del P. Rutilio Grande, cuya hermana nunca pudo regresar a Aguilares...Quitar un monumento no nos hará olvidar.

Al igual que Víctor quiero saber, pero no en un ambiente de odio y de venganza. Por eso, hasta que la justicia transicional y restaurativa no alcance el último crimen de guerra, no podremos cerrar el ciclo, y muchos seguiremos con el dolor de no haber tenido respuestas.

La generación que le precede al gobierno actual necesita hablar. Déjennos contar las historias que hemos escondido por años. Investiguen las cosas sin odios políticos porque, si le preguntan a cualquiera de mi generación les dirá que nuestro mayor miedo es otra guerra. Sólo queremos vivir en paz.

Educadora, especialista en Mercadeo con Estudios de Políticas Públicas.