Todo es por pisto

Las voces de sus compañeros de armas lo volvieron a la realidad. Estaban convencidos de que él dormía y no los escuchaba. Dos de ellos llevaban la conversación: “Tranquilos, va a haber pisto para todos los que estamos participando en el golpe”. Mauricio sintió como calor subía desde sus piernas a su rostro y el corazón se le aceleraba. Se sintió indignado.

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Padre y niño de tres años fueron asesinados en Guazapa, una persona más sobrevivió al hecho de violencia. FOTO EDH / Cortesía

Por Mirella Schoenenberg Wollants

2021-05-05 9:47:13

Se recostó sobre el respaldo de la última plaza de asientos en la camioneta Ford Station Wagon de los 30. Se sentía cansado. Estaba desvelado y sumado a esto los whiskies le habían dado somnolencia. Tapó su rostro con la gorra del uniforme para ayudarse a conciliar el sueño durante el trayecto que recorrería hacia la capital. No iba solo, otros cinco oficiales, sub tenientes como él lo acompañaban en el vehículo, todos uniformados; después de varias horas de tragos y estar complotando para darle golpe de Estado al Presidente de la República.
Con qué jefes y oficiales contaban, cómo lo iban a hacer… Lo primero era tomarse los cuarteles que apoyaban al General y capturar al “hombre”. En todos los “golpes” previos habían intentado atraparlo y no habían podido. Estaban enterados de cuáles cuarteles le eran fieles y cuáles no. Que la Guardia Nacional y la Policía Nacional le respondían. Finalizaba la década de los Treinta.
Mauricio, más conocido como Mario, a sus 26 años se sentía tenso por estar participando en la conjura, no obstante estaba convencido que había que botar al dictador. No era posible que gobernara un autócrata, que había llegado al poder de facto, a través de un golpe que le había dado al presidente electo, Arturo Araujo. No podía ser. La Patria no podía ser traicionada y vilipendiada, él no podía permitirlo.
“Usted no se meta”, le había dicho el abuelo de su futura esposa, un conocido jurisconsulto que trabajó con el Ing. Araujo, pero fue separado de su cargo por Martínez, como Embajador Plenipotenciario de El Salvador en una de las repúblicas de Centroamérica. “Los militares no son políticos” le había sentenciado. Él había callado pues estaba convencido que los viejos no entendían los altos valores patrióticos y que la Patria debía defenderse incluso con la vida.
Trato de dormirse, sin embargo, los pensamientos se agolpaban en su cerebro. No era la primera vez que participaba en conspiraciones contra el General. No era la primera vez que se sentía incomprendido en sus sentimientos.
Se recordó corriendo por las calles de San Salvador, hacía casi diez años, junto a otros, mientras que algunos guardias los perseguían. Había acudido a apoyar una manifestación despotricando contra el tirano que había sido disuelta a gritos y trompones. Lo habían convencido, fácilmente, a sus 17 años, cuando apenas cursaba 5º curso en el Instituto Nacional Francisco Menéndez. Deseaba demostrar su pasión por la nación, su hombría y valentía.
Corría, angustiado y sudoroso, rogando mentalmente por un milagro. Repentinamente, cuando ya tenía muy cerca un gendarme, una mano apareció, de la nada, agarrándolo de la camisa e introduciéndolo al portal de una elegante vivienda del centro de la capital. El guardia solo alcanzó a darle un “culatazo” en la espalda y pasó de largo. La orden había sido, únicamente, asustar a los manifestantes y disolver la protesta.
“¿Y usted que anda haciendo en estos desordenes?”- reclamó el jefe de la familia Gavidia, cuando ya lo había llevado hasta el interior de la residencia, lugar que en una época había funcionado como casa de huéspedes y entre éstos había alojado al dictador, en sus épocas de subteniente. “¿Qué no ve que los están usando? ¿Ya sabe su madre sobre esto?” El adolescente se sintió avergonzado, especialmente porque detrás del dueño lo observaba una blanca joven, que sostenía un libro de Medicina, entre sus manos. Años después se convertiría en la primera salvadoreña en titularse como médica.
Las voces de sus compañeros de armas lo volvieron a la realidad. Estaban convencidos de que él dormía y no los escuchaba. Dos de ellos llevaban la conversación: “Tranquilos, va a haber pisto para todos los que estamos participando en el golpe”. Mauricio sintió como calor subía desde sus piernas a su rostro y el corazón se le aceleraba. Se sintió indignado.
Guardó silencio y espero a llegar a la entrada de San Salvador. “¡Paren!”, dijo repentinamente mientras se colocaba la gorra en la cabeza. “Decile al motorista que se detenga – agregó con un poco de rudeza-, que aquí me bajo yo”. “Hey, ¿qué te pasa? ¿Por qué te bajas?”, cuestionó uno. El respondió: “Porque ya no cuenten conmigo, me salgo de esto”, respondió Mauricio. “¿Pero por qué, Mario?”, repreguntó otro mientras el vehículo se detenía. “Porque yo creí que esto era por patriotismo, pero me equivoqué, todo es por pisto, así no participo, yo me salgo”. ¡Hasta la próxima!

Mirella, Nutrióloga y Abogadamirellawollants2014@gmail.com