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Los comedores de loto

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Por Maximiliano Mojica
Abogado, máster en leyes

En el Libro de la Odisea, Odiseo cuenta cómo los vientos del Norte lo desviaron a él y a su tripulación mientras rodeaban el cabo Malea, el extremo más meridional del Peloponeso, cuando navegaban hacia su amada Ítaca. Las caprichosas corrientes lo llevaron “a la tierra de los comedores de loto”. Dos miembros de su tripulación fueron enviados para tener contacto con los lugareños, pero no regresaron.

Les habían dado de comer del loto, tan narcótico que dejaron de preocuparse por el hogar, por las fatigas, responsabilidades y tareas diarias. Tan poderoso era su efecto, que ni siquiera quisieron volver a la nave. Se perdieron en un mundo de ilusión, de irrealidad. Finalmente, Odiseo y su equipo los rescatan. No fue fácil, los tuvieron que llevar amarrados para regresarlos a la realidad. Creo que algo así nos ha pasado a los salvadoreños.

El gobierno, en estos tres años, nos ha alimentado y adormitado a pura promesa, luces leds, propaganda y renders que muestran obras fabulosas, mientras la población aplaude y mira alucinada cómo sus funcionarios viajan en helicópteros prestados por distinguidos empresarios, mientras son escoltados por helicópteros artillados. Aplauden desde la calzada, desde las paradas de buses, mientras sus salvadores se trasportan en caravanas de vehículos de lujo, con vidrios tintados y decenas de guardaespaldas.

Vivimos un mundo surrealista, a donde a los pobres se les lleva a los hospitales en la cama de un pickup, esperando horas en el suelo de un pasillo de un hospital público, mientras se lleva a un “gato enfermo” en una ambulancia nueva, desde Sonsonate hasta el nuevo y alucinante hospital Chivo Pet, mientras los comedores de loto locales, se abstienen de preguntar ¿Por qué la vida y salud de un gato -por muy querido que sea por su amable dueño humano-, resulta ser más prioritaria que la de nuestros hermanos salvadoreños de humilde condición?

Nos alimentan y adormecen con renders de una alucinante “Bitcoin City”, a dónde no habrá dolor, ni enfermedad, ni delincuencia (ni impuestos), y a donde ¿extranjeros? y privilegiados usuarios de esa moneda virtual, vendrán a vivir en esa ciudad que mana leche y miel, pudiendo “minar” Bitcoin para sus propios intereses, todo cortesía de los amables y sufridos contribuyentes salvadoreños.

El loto del que nos alimentan hace que el pueblo olvide las promesas de campaña: la CICIES prometida llegó, pero cuando se volvió incómoda a los intereses de CAPRES… se fue. La promesa del respeto a la Constitución y sus cláusulas pétreas se ofreció, pero mutó a una reforma constitucional total y a la “reinterpretación legal rocambolesca” que permitía la reelección presidencial.

El despido brutal desde su cuenta de Twitter, sin debido proceso ni oportunidad de defensa, hecho a los parientes de los gobernantes del FMLN que recién había dejado el poder, enmarcado como parte de la promesa de combatir el nepotismo… dio paso a contratación de hermanos, parientes y allegados al círculo del poder.

La promesa de transparencia en el ejercicio de la función pública dio paso a la eliminación de la Secretaría de Transparencia, la pérdida de independencia del Instituto de Acceso a la Información Pública (IAIP), la desnaturalización de las Oficinas de Información y Respuesta (OIR) y el incumplimiento sistemático de la Ley de Acceso a la Información Pública. Coronándolo todo con la pérdida de eficacia y protagonismo de la Sección de Probidad de la Corte Suprema de Justicia.

Mientras todo eso sucede, vemos embobados como un render del presidente desciende en una nave espacial como todo un Rock Star con ojos láser, en medio de luces led, música de moda, humo y aplausos. Vivimos en ese país de fantasía que tendrá un tren en el pacífico y un mega aeropuerto en Oriente (a casi 3 años de su mandato de 5 aún no se pone la primera piedra, ni se sabe cómo se va a financiar).

Mientras tanto, los salvadoreños se felicitan mutuamente por vivir en ese país construido en el metaverso del que habla un panfleto que sobrevive pagado con fondos públicos, mientras las radios y canales de televisión que se pliegan al discurso oficial, por miedo o conveniencia, nos machacan con la propaganda oficial.

¿Vivimos en el país de los comedores de loto? Quizás y nos lo merecemos.

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