El colapso moral

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Manuel Hinds / Foto Por Archivo

Por Manuel Hinds

2021-12-09 7:12:24

El Salvador está mostrando síntomas de un colapso moral sin precedentes en su historia, que está culminando con el dominio territorial de las maras, el manejo arbitrario de la justicia para convertirla en un instrumento para castigar a los enemigos políticos del gobierno y dejar escapar a los partidarios propios, la disminución de los asesinatos compensados por el aumento de las desapariciones, el aumento de los asesinatos a cifras récord en cuatro días y su disminución a cero en un solo día en una obvia manipulación de la violencia por razones políticas.

Hay mucha gente que cree que la moralidad ha colapsado porque hace unas décadas se eliminaron las clases de moralidad y cívica en las escuelas. Esto puede haber tenido un efecto, pero la moralidad requiere no solo instrucción sino vivencia. Arranca de la realización de que las personas requieren tener límites para alcanzar su pleno desarrollo en un ambiente de paz, límites que la realidad impone y que cada persona tiene que aprender a integrar en su personalidad. Sin estos límites, los seres humanos se convierten en monstruos arbitrarios, capaces de hacer cualquier daño a cualquiera que los contradiga, volviendo imposible su vida en sociedad.

La moralidad busca crear un proceso en el que el individuo contrapone los impulsos egoístas con una estructura de valores de respeto a los derechos de los demás que se vuelva parte de su segunda naturaleza. Eso hace que los reveses de la vida se conviertan en lecciones de moralidad. Como dijo en un reciente discurso el presidente de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos, la gente aprende el valor de la justicia cuando es tratada injustamente, el valor de la lealtad cuando es traicionado, el valor de ser generoso cuando es burlado en su derrota, el valor de escuchar a los otros al ser ignorado, el valor de la compasión al haber sufrido dolores profundos.

El problema es que esto no funciona así en lugares en los que se ha perdido la sabiduría de la vida. En El Salvador, por ejemplo, los reveses de la vida no producen reflexiones que lleven al respeto del derecho ajeno, ni al descubrimiento de valores y principios, sino a rabias que se sacan con agresiones contra los demás porque en el país, fragmentado por odios inyectados, se han abandonado los límites que imponen la decencia, la moral y las leyes, y se admira a los que los rompen. Los salvadoreños han dado rienda suelta a esos odios pensando que destruirían a otros, no a ellos, y están todavía por aprender que cuando el mal triunfa lo hace en nombre de sí mismo, no de los que le dieron poder.

No ofreciendo nada sino odios y revanchas, el presidente fue electo con el 54% de los votos emitidos. Ya en el poder, mostró que no tiene límites: violó consistentemente la Constitución, pasó por encima de los derechos de la población, metió militares armados en la Asamblea para imponer su voluntad, se negó a dar cuentas de sus gastos y profundizó su inyección de odios entre la población.

¿Y el pueblo qué hizo ante todas estas cosas? No sólo le dio la mayoría de la Asamblea, sino que se la dio con dos terceras partes de los diputados, concediéndole poderes que le permiten —ilegalmente— gobernar sin tomar en cuenta a nadie más.

Así, El Salvador ha dado nacimiento a dos fuerzas que no reconocen límites: las maras que matan según les da la gana, y un gobierno arbitrario que causa terribles daños a quienes lo contradicen. Estas dos fuerzas dominan el país y entre los dos son capaces de determinar cuántos asesinatos diarios se cometen en el territorio y si se presentan como asesinatos o como desapariciones.

Juntas, estas dos fuerzas evidencian lo que crece de nuestro suelo. Son las dos cosas por las que somos conocidos afuera: la criminalidad rampante y el gobierno abusivo. Por el momento, ellas buscan acuerdos como dos entes separados, pero se están fundiendo en uno solo. La similitud en su falta de límites es tal que recuerdan el siniestro pronóstico que Alexander Herzen hizo para Rusia cuando el zarismo y lo que llegaría a ser el comunismo se disputaban el poder desde mediados del siglo XIX:

“Ustedes serán destruidos en el abismo…y en su sepulcro…se mirarán, enfrentados el uno al otro: desde arriba, el Zar vestido en todos sus poderes y toda su voluntariosa arrogancia, y desde abajo el hirviente, feroz océano de la gente en el cual desaparecerá sin un trazo”.

Dostoievski también notó en su novela “Los Poseídos” que las dos fuerzas eran iguales, y que lo eran porque reflejaban el colapso moral de la Rusia de esa época, producto de la falta de límites en el comportamiento de la sociedad. Es irónico que, en El Salvador, cuando maras y gobierno se conviertan abiertamente en una sola cosa, la gente dirá que no lo vio venir. Dirá que la engañaron.

Máster en Economía

Northwestern University