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El viento perro de las mariposas

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Por Carlos Balaguer |

No sé si mi perro se convirtió en ventisca. O fue la ventisca que se convirtiera en perro. Entonces la vida tan sólo era un juego o fue que la vida se puso a jugar. Recuerdo la tarde cuando el ventarrón despeinaba el prado, jugando a ladrar. Mi perro azabache tras las mariposas que sólo alcanzaban sus ojos azules. El viento arrastraba a las hojas muertas, abriendo ventanas y puertas secretas. Y yo, mientras tanto, siguiendo mis sueños que sólo miraban los ojos del perro. Pasaron los años largos sin sentir y el viento a lo lejos, jugando a ladrar. Era el tiempo perro de las mariposas que llevó en el aire la edad primorosa. Al final el perro se perdió en la brisa o fue que la brisa se perdió en el perro. Ya no ladra el viento tras las mariposas. No sé si mi perro se fue en la ventisca o fue la ventisca que se fue en el perro. Era la edad de cuando fuimos felices el perro y yo; el viento y las viajeras. Quizá un día lo fue el mundo entero, que calló un instante su guerra, codicia y dolor. O tal vez -quizá -como el viento niño- se puso a ladrar, jugando en el prado. Entonces la vida tenía nuestra edad. Edad de planetas y de la inocencia. Jugando en el viento perro de las mariposas. La vida era pura porque estaba desnuda como nace el Hombre, la flor y las frutas. No todo fue un juego. A veces lloramos el viento, el perro y yo juntos. Por algún regaño o por algún amor. Y es que la vida se pone a jugar. También otras veces se pone a llorar. Aún escucho el ladrar del perro y mi risa loca entre la ventisca. Y no sé si sueño o vuelvo a jugar. Y no sé si juego o vuelvo a llorar. Pues no sé si el perro soñó con la noche o si fue la noche quien soñara al perro, ya que eran del mismo color del carbón. Yo cierro los ojos y me convierto en noche. O quizá la noche se convierte en mí. <palabrasbalaguer.facebook.com>

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