En su tranvía planetario, el vulnerable “dios” de la galaxia se irá por los planetas a buscar la imposible flor de su tiniebla: su interior gloria espiritual. Y mientras se destruya en la guerra -o muera de soledad en una oscura ergástula- subirá al espacio para “tocar” las estrellas. De esa manera aquel desnudo ser sin victorias, sediento de riquezas a cambio de sangre y dolor, quedará al final con las manos y el corazón vacíos. Y al igual que el niño desnudo y sin luz de una choza miserable mirará hacia la noche estelar, viajando también en imaginarias naves de luz hacia su estrella. Lejana e inalcanzable como Véspero en el atardecer o Venus el “Nixtamalero” del amanecer. Porque el hombre habrá viajado hasta remotos lugares de la Tierra y del infinito mas no hasta su propio corazón. Después de subir a las alturas, ha de bajar a la Tierra desolada, en busca del anhelado crisol de su gloria de amar. “Pobre amigo mío, no encuentra la salida -dije en unos antiguos versos-. Se ha ido hacia el espacio en vuelo intergaláctico. Se ha perdido ya en la espesura. ¡Pequeña luz en la inmensidad! Su cuerpo ha quedado a la orilla del camino. Las aves se marchan buscando algún nido. Es un caminante cansado de buscar… de buscar. ¡La inmensa alegría de su libertad!”
Buscar en el espacio sideral la anhelada gloria interior
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