Detrás del aire quedarían los invisibles colosos, así como el hombre que buscaba su propia ilusión. Cruzar el vasto arenal era como cruzar el alma humana. Tan llena de sombras y de abismos, de incandescentes estrellas que duraban la misma eternidad de los gigantes. “Ellos seguirán allí, eternos, como grandiosas siluetas junto al mar” —dijo el arquero. “Me refiero a este oscuro mar del espejismo. Anchurosa alucinación de los conquistadores de sí mismos. La misma sombra que tienen que atravesar hombres y gigantes. Aquellos cuya huella borró en la arena el viento furioso del desierto. De igual manera que el dolor arrasó en el alma humana todo lo que alguna vez escribiera el amor, en las calizas playas de aquella perdida dimensión de la dulzura. Ellos seguirán allí —acechando la aurora; mirando el horizonte como a su distante recuerdo. Continuarán indestructibles detrás del viento bruno, viendo hacia mí sin encontrarme. Cuando alguna vez se me acercaron curiosos, vieron que yo también sólo era un espejismo más del solitario arenal. O quizá de la divina y cósmica Creación. (XXXII) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>
Cruzando el desierto del alma humana
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