Inventario ambiental

Ante mayor pérdida, más vulnerabilidad; ante más vulnerabilidad, hay más riesgo de mortalidad.

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La nadadora Elisa Funes toma un evento de piscina corta, disputado en el Poli de Merliot. Foto EDH/Cortesía Indes

Por Carlos Francisco Imendia

2021-11-18 4:13:43

Nuestro país ha vivido una transformación ambiental sin precedentes, el clima no es el mismo de hace 90 años, la deforestación es algo que nos complace a cada ciudadano, ya sea porque las hojas de un árbol estropean la acera, ensucian nuestro vehículo o tapan nuestros canales. A la hora de talar un árbol no escatimamos esfuerzo y hay muchos que aprovechan esa situación para ganarse un par de centavitos ayudando a otros a talar. Esa es una pequeña muestra de lo mucho que nos falta en alcanzar esa altura cultural medioambiental, actitudes que nos impiden llegar a la meta de los objetivos de desarrollo sostenible.

Hoy, en el apogeo de las tecnologías de la información y las comunicaciones, es fácil documentar los abusos que a diario se cometen contra el medio ambiente y que al final nos hacen daño a nosotros y no ponen en riesgo.

Ya hemos visto cómo se nos ha advertido sobre la pérdida del hábitat de la Lora Nuca Amarilla (Amazona Nuquigualda) y que penosamente ha entrado a las lista de especies en peligro de extinción; también pudimos ver con impotencia las 500 hectáreas que se consumieron del Río Sapo (Morazán), el pasado abril, incendio que pudo ser evitado, alerta emitida por ecologistas de la iniciativa Salvemos el Río Sapo.

Nos damos cuenta también cómo las áreas verdes urbanas se van acabando; vemos especies que antes no veíamos en la ciudad, como el gavilán de caminos (Rupornis magnirostris), depredando otras especies porque ha perdido su hábitat en las faldas del volcán de San Salvador; así también las ardillas (Sciuorus variegatoides) han invadido las zonas urbanas causando conflicto con los seres humanos que ahora las consideran una plaga —pues se reproducen a gran velocidad— porque perdieron su hábitat ante la acelerada urbanización y vulneración de las zonas verdes. Podemos mencionar también la presencia de mapaches, serpientes y mazacuatas (Boa Imperator) en los cascos urbanos, que causan asombro y miedo en algunos casos.

Por otra parte, el crecimiento urbano desmedido hace que las aguas residuales sean cargadas con más contaminantes y no se tenga un control debido de tal acción. Estamos perdiendo mucho, pero no sabemos cuánto. Recuerdo que en los años 90 podíamos ir de San Salvador a Santa Tecla vía la avenida Jerusalén, que era un auténtico paseo ecológico. Todo terminaba en la nueva Escuela Militar, la ruta invadida por la neblina y la frescura, un paisaje muy distinto al de la actualidad, pues se sobrepobló, lotificó y el paisaje cambió y emergió la mancha gris vertical.

¿Y qué decir de la fresca Santa Tecla, que también fue parte de esa evolución (o involución) en materia ambiental, que dejó de ser fresca y brumosa en invierno y que ahora es caliente y asoleada todo el año? Hay mapas y comparaciones que dan fe de la gran pérdida ambiental, la reducción del inventario ambiental salvadoreño. Ante mayor pérdida, más vulnerabilidad; ante más vulnerabilidad, hay más riesgo de mortalidad.

Publicista y ambientalista/Chmendia