¿Partidos líquidos?

La gente sigue votando a los partidos en las elecciones. Ni los movimientos ciudadanos ni las candidaturas independientes han logrado desplazar el papel que desempeñan aquellos dentro del sistema político.

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Laura se convirtió en huracán categoría 4, durante las próximas horas tocaría tierra en EE.UU. Foto agencia EFE

Por Luis Mario Rodríguez R.

2020-08-26 6:45:56

Los partidos políticos deben volver a sus orígenes. Es necesario que revisen su ideario y transmitan a los electorales un mensaje claro. Ya nos hemos referido en este espacio a la débil convicción con la que algunos institutos políticos promueven la doctrina que los ilustra. Tratándose de una instancia que aglutina intereses se requiere una defensa convincente del proyecto que impulsan. No es cierto que en el siglo XXI triunfan los “partidos líquidos”, entendiendo por tales aquellos que, al igual que la sociedad líquida de Bauman, carecen de valores sólidos y caminan al mismo ritmo con el que lo hacen los ciudadanos que no tienen tiempo de reflexionar.

Precisamente la celeridad de las redes sociales ha eliminado la posibilidad de deliberar. Y con ello se ha perdido el diálogo y el debate de las ideas. No hay tiempo para meditar. Esta circunstancia es aprovechada para promover la antipolítica.

A los partidos les cuesta contrarrestar la construcción de un discurso que no aterriza porque persigue generar emociones y no atiende a la razón. Este es un campo en el que los partidos deben capacitarse y aprovechar la inmediatez con la que la gente puede acceder en tiempo real a la información. No hacerlo significa perder la oportunidad de ejercer controles sociales sobre el gobierno y de estrechar la brecha con los futuros electores.

Por otro lado, los partidos deben revisar la estructura jerárquica que los caracteriza. El “verticalismo” sigue ahogando las aspiraciones de los militantes. No se trata de instaurar un poder horizontal donde todos mandan y nadie obedece. La democratización del poder en los partidos requiere de procesos internos de designación de aspirantes a cargos de elección popular que sean transparentes, libres, con voto secreto y que se celebren bajo condiciones equitativas. Lo mismo puede decirse de la participación de la militancia en la elaboración de la oferta electoral que, de ganar los comicios, tomará la forma de programas de gobierno legislativo, municipal o nacional. Frente a los comicios del próximo año se abre una nueva oportunidad de hacer partícipes a los integrantes del partido.

Se tiene que revitalizar el papel del militante. En tiempos fuera de las campañas electorales debe estimularse su protagonismo. Una opción es que pasen de militantes a activistas. En Ecuador, el Partido Izquierda Democrática, una de las organizaciones políticas con mayor reconocimiento en ese sistema político, creó la figura de los “laboratorios cívicos”. Son iniciativas concebidas para que el militante se transforme en un agente de cambio, aún antes de alcanzar una posición de poder. Este tipo de espacios cumple un doble objetivo: mantiene vinculado al partido con la población y activa a la membresía en tiempos no electorales.

La gente sigue votando a los partidos en las elecciones. Ni los movimientos ciudadanos ni las candidaturas independientes han logrado desplazar el papel que desempeñan aquellos dentro del sistema político. Cuando los primeros han mutado en organizaciones partidarias terminan adoptando los mismos “vicios” de las figuras a las que intentan imitar. El declive electoral de PODEMOS, en España, mostró que el experimento se debilitó porque el partido no pudo separarse de la figura de Pablo Iglesias. Girar alrededor de la existencia del líder impidió a la organización adaptarse al desafío que representaba ocupar posiciones de gobierno.

Los candidatos independientes (o no partidarios) han mostrado pésimos resultados en las competencias electorales. En América Latina el nivel de éxito de estos competidores para lograr una curul era, hasta 2012, entre el cero y el uno por ciento. Los últimos ocho años no han mostrado una variación significativa de estos resultados.

Lo anterior no suprime los desafíos que enfrentan los partidos. Los que no se modernicen ni atienden las demandas sociales de la gente, que ya eran muy complejas antes de la pandemia, podrían convertirse en actores irrelevantes y dar paso a nuevos institutos políticos. Si estos últimos son entidades serias, que respetan el Estado de derecho y ciñen su comportamiento a los principios que orientan a la democracia representativa, en hora buena. Si, por el contrario, son partidos líquidos cuyos militantes serán leales al presidente de turno más que al ideario del partido, lo mejor es que los ciudadanos se informen y desechen estas alternativas porque son piezas que terminarán consolidando un sistema autoritario.

*Director de Estudios Políticos de FUSADES