Diagnóstico: fanatismo y ceguera

El arquetipo de líder autoritario está compuesto por el uso de campañas masivas de odio, a menudo acompañadas de violencia y una lucha desesperada por ganar credibilidad de parte de las mayorías. Como el objetivo es defender sus ideas a toda costa, a menudo acude a la mentira y a la violencia para invalidar cualquier punto de vista que difiera del suyo

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Por Pamela María Cocar Guevara

2021-01-09 5:00:32

El Capitolio de los Estados Unidos ha sido, por más de dos siglos, la sede del Congreso y, por lo tanto, el seno de una de las democracias más antiguas del mundo. Así, los acontecimientos del miércoles pasarán a la historia por la violencia con la que actuaron los manifestantes partidarios del presidente Donald Trump al irrumpir en el edificio mientras se llevaba a cabo la certificación de votos que, más tarde, ratificaría como sucesor electo a Joe Biden.
Desde 2017, con la llegada de la administración del presidente Trump, la democracia de los Estados Unidos se ha visto amenazada por las actitudes, a menudo autoritarias, del gobernante, que atentan contra el principio de libertad al fomentar la desinformación y la violencia hacia quienes difieren de sus ideas. Los eventos del 6 de enero, que ahora muchos llaman “el Día de la Infamia”, tienen como único precedente el asalto al Capitolio estadounidense que se dio en 1814 y resultaron tan escandalosos como predecibles. Lamentablemente, la conducta del actual mandatario con respecto a los resultados de la elección del pasado 3 de noviembre no podía llevar a un resultado de menor magnitud.
De igual forma, todos los ataques a la democracia que se dieron durante la administración del presidente Trump no hubiesen sucedido sin el apoyo desmedido que le ofrecen millones de ciudadanos estadounidenses. Al final del día, toda idea que llega a tener éxito, ya sea para bien o para mal, no solo es responsabilidad de quien la siembra, sino también de quienes la defienden y se encargan de que dé frutos, como los hechos ocurridos el 6 de enero.
Al ver los sucesos de esta forma, puede resultar fácil saltar a la crítica. Sin embargo, ese apoyo desmedido del que hablamos es solo uno de los síntomas de un mal que suele aflorar en periodos electorales —como el que acaba de culminar en Estados Unidos y como el que iniciamos los salvadoreños— y afecta directamente a las democracias, incluyendo a la de nuestro país. Hablamos del fanatismo político.
Los hechos sucedidos en los Estados Unidos son una prueba más —de tantas que nos ha dado la historia— del peligro que representa este mal para los países que persiguen la libertad y la representación. El arquetipo de líder autoritario está compuesto por el uso de campañas masivas de odio, a menudo acompañadas de violencia y una lucha desesperada por ganar credibilidad de parte de las mayorías. Como el objetivo es defender sus ideas a toda costa, a menudo acude a la mentira y a la violencia para invalidar cualquier punto de vista que difiera del suyo. En cuanto a la población fanática, hablamos de colectivos que apoyan de forma desmedida e incondicional las ambiciones del líder, con poco o nulo cuestionamiento hacia sus acciones. Todo ello convierte al fanatismo en una vía perfecta hacia el autoritarismo. El líder autoritario se alimenta de la alabanza constante del pueblo y la asegura por medio de la desinformación. No es necesaria la imaginación cuando, en la actualidad, tenemos a gobernantes como Jair Bolsonaro en Brasil, Vladimir Putin en Rusia, entre otros.
Resulta, entonces, de vital importancia para una democracia frágil, como la nuestra, que revisemos cuántos síntomas de fanatismo hay en nuestras preferencias electorales. A través del cuestionamiento constante de nuestras propias ideas y de la apertura a escuchar opiniones distintas, logramos asegurar las nuestras y fundamentarlas con hechos. De cara a nuestras elecciones legislativas y municipales, debemos recordar cuál es nuestro deber más importante como ciudadanos salvadoreños: defender nuestra democracia. Así nos defendemos también a nosotros mismos, nuestras libertades y nuestros derechos fundamentales. Defender sin cuestionar, alabar y aplaudir sin antes ver los hechos es la forma ideal de derribar una democracia.

Estudiante de Licenciatura en Economía y Negocios, Club de Opinión Política Estudiantil (COPE).