Hoy en día parece ser que, al hablar del racismo, el principal punto de referencia es Estados Unidos, por lo que los otros países están exentos a ser criticados por su manejo y “normalización” de la discriminación racial. Claramente, al comparar las situaciones que enfrentan las comunidades vulnerables en El Salvador con las de Estados Unidos, las diferencias son notorias y generan la falsa imagen de que en el país “no estamos tan mal”.
Muchos se resguardan en la idea de que otros países se encuentran en una peor situación que nosotros; sin embargo, ese pensamiento no es productivo para el desarrollo, debido a que no permite que el racismo sea reconocido como un problema importante. Por consiguiente, existen actitudes discriminatorias tan impregnadas en nuestra sociedad que no se ven como algo inadecuado ni se pueden identificar con facilidad. Si bien en el país no se ven muchos actos de violencia motivados por el racismo, sí ocurren situaciones en las cuales se ve reflejada la naturaleza racista de nuestra sociedad.
El colorismo es un subproducto de esta problemática y muchas veces acompaña o sustenta a otros tipos de discriminación tal como el clasismo. Nuestra sociedad considera hermoso y le adjudica más valor a aquello que se acerca a los estándares eurocéntricos, ya sean aspectos culturales o meramente estéticos. Las microagresiones, principalmente por el uso de lenguaje despectivo, causan un daño severo a la población y contribuyen a la normalización del racismo. Es muy común ver en redes sociales y escuchar en conversaciones expresiones que tienen una connotación negativa para ridiculizar o generar risas, por ejemplo, el uso de la palabra “indio” para describir a todo aquello que es considerado de poca clase.
En verdad sorprende oír expresiones abiertamente racistas sin que nadie las tome como algo ofensivo o fuera de lugar en una conversación. Por ejemplo, la frase “mejorar la raza” hace referencia a que se es más atractivo, exitoso y valioso entre menos oscuro es el tono de piel. Otras frases como “gente color centavo” o “gente color cartón” son utilizadas muchas veces en modo de broma para describir a aquellos con un tono de piel oscuro o facciones indígenas. Estas expresiones despectivas perpetúan la idea de que, entre más se acerque alguien a los estándares de belleza eurocéntricos o simplemente a ser blanco, la persona tiene más valor. Ya sea en broma o no, el uso de frases de este tipo contribuye a que los salvadoreños internalicen actitudes e ideas racistas y, por consiguiente, no se extrañen de éstas.
Muchos salvadoreños no tardan en desmentir la idea de que el racismo no es algo prevalente en el país, simplemente porque asocian este tipo de discriminación con la comunidad afrodescendiente y que esta solo se hace presente en otros países. Sin embargo, nuestra realidad es muy diferente a esa utopía. Si alguien expresa descontento por un comentario o actitud racista, este no es tomado en serio, puesto que predomina la idea de que “las cosas son así” y de que estos chistes, comentarios, expresiones, etc. son parte de la cultura salvadoreña o se dicen con cariño.
El Salvador es un ejemplo claro de que no hace falta usar palabras despectivas para ofender a comunidades marginalizadas, ya que nuestra propia ignorancia del problema nos puede llevar a denigrar inconscientemente a alguien, perpetuar estereotipos o utilizar lenguaje que daña a la comunidad salvadoreña. Permitir cualquier tipo de actitud o expresión con connotación negativa, también te hace parte del problema, por lo que debemos de ser conscientes del poder de nuestro silencio, la fuerza de nuestras palabras y el impacto de nuestra ignorancia.
Estudiante de Licenciatura en Economía y Negocios
Club de Opinión Política Estudiantil (COPE)