El peligro de discursos simplistas

Es necesario hacer un contrapeso a los que tratan de vender la idea de que esta crisis solo se resuelve con declaraciones de guerra y amarrando delincuentes. Reducir el problema a una trama de película no permitirá formular abordajes técnicos, objetivos e integrales, sino que promoverá estrategias diseñadas con el objetivo de movilizar emociones.

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Foto EDH/ Archivo

Por Carlos Ponce

2019-07-31 6:51:23

La narrativa creada alrededor de la seguridad, propiciada por la estrategia comunicacional del Ejecutivo, se concentra en el uso del poder coercitivo del Estado como herramienta central para darle tratamiento a la crisis delictual que atraviesa el país. Aunque los funcionarios mencionan tímidamente la adopción de programas y proyectos de carácter preventivo, las imágenes de policías encapuchados y delincuentes subyugados son las que comúnmente son difundidas con mayor intensidad en la comunicación gubernamental. Esto alimenta y explota la actitud punitiva cultivada por permanecer años secuestrados por estructuras criminales, su violencia y extorsión.

En este contexto, muchos consideran de mal gusto o incluso hasta se ofenden al escuchar hablar de otra cosa que no sea enviar contingentes de elementos de la Fuerza Armada y la Policía a que correteen a los pandilleros. Cuestionar el reciente despliegue de más militares a que patrullen las calles, por ejemplo, rápidamente genera miradas enardecidas y palabras poco amables. Pareciera que la represión y la prevención fuesen mutuamente excluyentes, cuando en realidad son complementarias si se hacen bien.

Alimentar esta percepción binaria de cuál es el abordaje correcto, la prevención o la represión, aumenta el riesgo de perder perspectiva. Resulta fácil perderse en discusiones estériles y restarle crédito a todo abordaje que no sea lo suficientemente glamoroso como para ser objeto de una serie televisiva o película de Hollywood. El importante papel que juegan, por ejemplo, la escuela y los profesores en las comunidades más vulnerables a la criminalidad, pasa a un octavo plano después de los policías, militares, custodios, patrullas, cárceles, armas, bartolinas, tribunales, etc.

Los maestros son cruciales para darle un golpe al timón y a salir de esta crisis que enfrentamos. Hace poco, mis estudiantes me recordaron cuanta influencia e importancia tenemos los profesores en la vida de sus alumnos. A principios de este mes, comenté en una de mis clases de que en agosto me uno a la escuela de criminología de otra universidad canadiense y que, por lo tanto, esa sería la última materia que impartiría en la institución. La enriquecedora discusión que estábamos teniendo me motivó a expresarles lo mucho que iba a extrañar los intercambios honestos que he tenido con mis alumnos en la universidad.

Una semana después, alumnos de materias que impartí hace dos años empezaron a llegar a visitarme a mi oficina para decirme que habían escuchado que me iba a otra universidad y que no querían dejar pasar la oportunidad de explicarme cómo había impactado su vida. Esto me tomó por sorpresa. Nunca imaginé qué tanto puede influir un profesor en la vida de sus alumnos. Es decir, nunca lo había experimentado en carne propia. Sus amables comentarios y anécdotas me conmovieron. Me recordaron que el trato digno y mostrar un interés genuino por los alumnos tiene un enorme potencial transformador. Aunque sé que nunca leerán este escrito, quiero robarme un par de líneas para agradecerle a todos mis alumnos por ayudarme a crecer como persona, criminólogo, profesor e investigador.

Mis alumnos me recordaron la importancia de hacer un llamado a que no nos perdamos en apreciaciones simplistas del complejo problema al que nos enfrentamos. Es necesario hacer un contrapeso a los que tratan de vender la idea de que esta crisis solo se resuelve con declaraciones de guerra y amarrando delincuentes. Reducir el problema a una trama de película no permitirá formular abordajes técnicos, objetivos e integrales, sino que promoverá estrategias diseñadas con el objetivo de movilizar emociones. Así la “medicina amarga” que supuestamente nos va a curar de todos los males que padecemos resultará ser veneno.

Criminólogo.