Hace poco, tuve la oportunidad de hablar con un excombatiente del FMLN, ya en sus sesentas. Coincidimos en un consulado del país en el extranjero. Mientras esperábamos, noté que me veía como tratando de descifrar de dónde me conocía. En ese momento, la cónsul llegó a la sala de espera y pidió la atención de todos los presentes. Nos explicó que la nueva administración estaba apegándose más a la ley y que, por lo tanto, el procesamiento de trámites se estaba demorando más de lo usual, ya que cada caso se estaba analizando cuidadosamente.
Después del anuncio, regresé la mirada a mi computadora y seguí trabajando. Al rato escuché que llamaron mi nombre desde una de las ventanillas. La persona que me atendió, flanqueada por gigantescas fotografías del presidente Bukele y su esposa, me dijo que habían cambiado los requisitos y que no me podrían renovar el pasaporte. Me di cuenta, durante nuestro intercambio, de que el anuncio de la cónsul era falso. El retraso no tenía que ver con que antes no se actuaba apegado a las reglas, sino con que la Dirección de Migración las había cambiado sin una planificación adecuada, imponiendo un obstáculo más para que los salvadoreños en el extranjero renovemos el pasaporte. Ahora no basta con llevar el documento vencido o por vencerse, también debemos presentar el DUI vigente.
Esa mañana dejé mi DUI seguro y engavetado porque unos días antes, cuando hablé al consulado para confirmar mi cita, me aseguraron reiteradamente que no era necesario llevarlo. Regresar implica, para mí, más tiempo y dinero.
Las cosas eran más complicadas, no obstante, para la persona en la ventanilla de al lado. Él no tenía DUI vigente y, por lo tanto, debe tramitarlo desde el exterior, atrasando por lo menos dos meses la renovación de su pasaporte.
Salí molesto por la falta de organización y coordinación para la implementación de un cambio que, sin duda, afectó a muchos salvadoreños. Decidí tomarme un café antes de empezar mi viaje de regreso. Allí me encontré nuevamente al veterano. Ya para entonces había logrado descifrar de dónde me conocía. Se acercó, me extendió la mano y me preguntó que si yo era Fulano de Tal. Estreché su mano y confirmé mi identidad. Me dijo que leía mi columna en línea y que le gustaba mucho. Le agradecí por seguir mis escritos, lo invité a sentarse y empezamos a conversar.
Sus relatos del conflicto armado fueron cautivadores, llenos de emociones. Los estructuró construyendo una progresión lógica para llegar a la triste conclusión de que los excomandantes que tanto admiró durante la guerra hicieron de su tiempo en el gobierno una oportunidad para darle trabajo a “chinche y telepate”, escogiendo a “amigos y compadres” sin experiencia o credenciales para ostentar puestos clave. Reflexionó, con sentimiento, que quizás su intención nunca fue sacar adelante el país.
Inevitablemente, esto regresó nuestra conversación a la mala experiencia en el consulado. El veterano, nuevamente con decepción, argumentó que actualmente las cosas siguen igual o hasta peor que en gobiernos de ARENA y el FMLN. Me planteó: “Dígame, ¿quién de los funcionarios del gabinete de seguridad estaría ganando el mismo sueldo afuera del gobierno?”. Según él, ninguno tiene credenciales que vayan más allá de su lealtad al presidente.
La posición del veterano es difícil de refutar. Especialmente ante la falta de carácter y criterio que mostró el ministro de Justicia cuando retractó sus comentarios sobre la captura de Alejandro Muyshondt, o ante la reciente actitud irresponsable e infantil del director de Tejido Social en la Asamblea Legislativa. Esperemos que el futuro no honre el popular adagio de “más sabe el diablo por viejo que por diablo” dándole la razón al veterano. Exijamos criterio y excelencia a nuestros funcionarios.
Criminólogo@_carlos_ponce